De pequeña lo tenía claro: yo siempre quise ser un chico. Leía Los cinco y mi modelo absoluto era George/Georgina. Nunca comprendí demasiado bien la feminidad de aquellos años. Tenía hermanos que escuchaban rock sinfónico; que leían a Kafka y a Hugo Pratt. Mi carpeta iba forrada de fotos de Sir Edmund Hillary. No soportaba los vestidos, llevaba el pelo corto y los zapatos sucios (para desespero de mi madre). No sé muy bien cuando decidí ser mujer. Tiene razón Simone de Beauvoir cuando dice que «no nacemos mujeres, nos hacen mujeres. No se nace mujer: llega una a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino». De esos años me queda el recuerdo dulce amargo de una infancia extraña, llena de libros raros (no especialmente infantiles) y la certeza absoluta de que ningún sexo iba a determinar mi vida. Las circunstancias sociales de mi familia y la geografía de mi nacimiento me han permitido ser ese tipo de mujer. Pero no ha sido fácil. No es fácil. Soy directora de un periódico y cada día me doy de bruces contra el techo de cristal, a más de uno tengo que recordarle que ser mujer no me hace más frágil, ni más «accesible». Y eso todos los días del año.
Mujer
07 marzo 2025 20:54 |
Actualizado a 08 marzo 2025 07:00

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