La lucha de Aurora

Aurora se atormenta. Aurora sufre. Aurora me dice que su bello nombre que anuncia un nuevo día, no anuncia más que torturantes preguntas. Y concluye: «¿Mi vida es un error, o tal vez este mundo es un error? ¿Debemos quejarnos a Dios?»

He tomado un sorbo de gin-tonic antes de responderle, porque creo que su tormento tiene algo o tal vez bastante de razón. Y, para consolarla, le he dicho que esas cuestiones se las plantean muchos. Me ha respondido que «mal de muchos, consuelo de tontos».

Le he pedido fragmentar la situación y que comencemos por quienes parece que nos gobiernan desde el error, sea cual sea su partido. ¿Son lo que nos merecemos? ¿O esta sociedad de la que formamos parte no puede darnos unos políticos maravillosos porque sus ciudadanos no son maravillosos? Respuesta: estamos en un país con demasiados pillos y la política no se salva de tener unos cuantos.

Siguiente pregunta: ¿Por qué pensamos que erramos tan a menudo? Aurora es tajante: somos seres imperfectos. Pero, me pregunta, ¿cuál es la realidad de lo realmente real?

Es decir, el mundo de cada cual ¿es el mundo de todos? Y más aún: ¿qué es más real, ese mundo que los gobernantes nos venden o el de la sociedad de a pie de calle? Difícil respuesta. Tal vez porque hay tantos mundos como personas y que es cierto que el fin del mundo es el fin de cada uno.

Pero el mundo que nos dibujan esos gobernantes tiene muy poco que ver con el que encontramos cada día cuando nos asomamos a nuestras tareas, a la cotidianeidad de ciudadanos. «¿No es eso un error? ¿Lo es por ignorancia, por despecho, por egoísmo o porque están hechos de otra pasta que el resto de congéneres?, me pregunta Aurora con sus ojazos casi asustados.

Me parece que la clave está en que los humanos no sabemos ponernos de acuerdo, simplemente porque no interesa ni a los gobernantes ni a los súbditos, en construir una sociedad mejor, con esperanzas y futuros. El error es mutuo pero la clase política tiene más responsabilidad que el resto de los contribuyentes, que bastante hacen con eso, contribuir para que otros decidan qué hacer con ese dinero.

Ellos viven en una falsa realidad y sus ciudadanos en otra. Y aquí el error no es de Dios, sino de los administradores en quienes se ha confiado. Pero, como decía Cela, no mezclemos el culo con las témporas.

Concluyo que es una gran fe acudir a las urnas para seguir viendo lo mismo de siempre: incumplimientos, anteponer la lucha por el poder a ofrecer bienestar a la ciudadanía y no acabar con los errores (manera sutil de llamar a las corrupciones) que nos envuelven.

Es decir, favorecer un mundo irreal. La democracia sería casi perfecta si todos cumplieran con sus fines. Desazón.

Ahora que Aurora tiene algunas respuestas y yo me he acabado el gin-tonic, me dice que estas claves pueden ser ciertas pero no calman su ansiedad por lograr una sociedad mejor. Hay un proverbio chino, muy viejo, que dice que si cada cual actuara correctamente, el mundo sería muchísimo mejor. Es decir que Joan Baez tenía razón cuando en el hotel Raphaël de París me dijo aquello de que había que hacer la revolución «persona a persona, corazón a corazón».

Tal vez vivamos en un mundo de errores e irrealidades, pero podemos vivir en un mundo mejor, comenzando por nosotros mismos, y eso debería consolarnos. Lo importante es tratar de no cometer errores cada uno, es la mejor contribución a un mundo mejor.