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La Navidad es el hábitat natural de cuñado. Su cénit. Eso y la BBC: bodas, bautizos y comuniones. Familia, buena comida, ese sobrino al que solo ves por fiestas y al que inevitablemente le preguntarán por la novia, unas copitas de más, una actualidad informativa polarizada, villancicos, algarabía, unas copitas de más... Exaltación de la amistad, cantos regionales y crítica al clero. Chistes malos y corbata en la cabeza, a ciertas horas de la madrugada.

Estos días de Navidad proliferan en los medios de comunicación decenas de manuales de supervivencia: cómo no engordar durante las fiestas, cómo controlar el presupuesto, cómo decorar la casa... E incluso cómo resistir a la convivencia familiar y a las largas cenas con suegros, cuñados, padres y hermanos, en esta preciosa y compleja época del año. Pasando por alto que dice bastante poco de nosotros que necesitemos manuales para esto último, la existencia de estos artículos me ha dado que pensar sobre este ente tan cómico, comentado y en ocasiones vilipendiado, en estas circunstancias: el cuñado.

Así que, he aquí mi breve y personalísimo manual para lidiar con ellos. Punto número uno: la familia es siempre un entorno complejo, pero se sostiene con amor, comprensión y cariño. Amar a la familia de sangre no es siempre fácil, pero a la que viene dada –léase cuñados, suegros y demás criaturas– a veces cuesta más. Con ambos, hay que repetirse el mantra: «es mi familia, y los quiero como son». Y ellos a mi. Punto numero dos: si tenemos ideales altos, si queremos cambiar el mundo, si queremos mejorar la vida de nuestros vecinos... Empezemos amando y teniendo paciencia con el cuñado. Para algunos será un reto, pero nadie dijo que amar fuera fácil. Y, punto numero tres: introspección. Todos somos un poco cuñados a veces. No siempre acertamos. Paciencia y empatía. Que es Navidad.