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    Una violencia que no cesa

    15 abril 2024 21:29 | Actualizado a 16 abril 2024 07:00
    Dánel Arzamendi
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    El reciente asesinato de una madre y sus dos hijos mellizos en el Prat de Llobregat, perpetrado por el propio marido de la mujer y padre de los niños, ha hecho saltar las alarmas ante un tipo de violencia que parece aumentar de forma exponencial. Este caso no sólo pone el foco en los ataques que sufren las parejas de los criminales, sino también en los hijos de quienes son el objeto principal de esta ira homicida. Es la llamada violencia vicaria. Para hacernos una idea de la situación, en lo que va de año, ya son siete los menores asesinados por sus padres en este tipo de contextos. En poco más de tres meses casi hemos superado la cifra anual media de los últimos tiempos. Y, ojo al dato, cinco de estas muertes se han producido en Catalunya, más del 70%.

    La erradicación absoluta de este fenómeno es una meta imposible, lamentablemente, como ocurre con cualquier tipología delictiva, pero la tendencia es un indicador que debería servirnos para intuir si estamos haciendo las cosas bien. Considerando globalmente la frecuencia de estos crímenes y los delitos contra la libertad sexual, las estadísticas no invitan al optimismo, y no porque los medios dedicados a combatir esta lacra hayan menguado, sino probablemente por la involución de fondo que se detecta en este tema.

    Hace unos meses tuve la oportunidad de hablar sobre esta problemática con un amigo, experto en la materia. Me comentaba que numerosos informes demuestran que la lucha por la universalización de una mentalidad igualitaria respecto de la relación entre hombres y mujeres está sufriendo un retroceso imparable. Y, lo que es más preocupante, estos estudios evidencian que la agudización de los comportamientos sexistas resulta especialmente alarmante entre las nuevas generaciones.

    Según mi amigo, que no es precisamente un reaccionario sino todo lo contrario, la única explicación razonable para esta regresión debe buscarse en los cambios demográficos que comienzan a impactar de forma visible en nuestra realidad cotidiana.

    La mentalidad de equiparación sexual que estábamos alcanzando en occidente no es precisamente el estándar en la mayor parte del planeta, y ha resultado inevitable la reaparición de algunas pulsiones machistas que en nuestro ámbito parecían mayoritaria y felizmente superadas. No se trata de una valoración o un reproche, sino de una descripción con vocación analítica y constructiva. Y quien no quiera verlo, tiene un problema con la realidad, corrección política al margen. Por ejemplo, sorprende la creciente normalización de las actitudes posesivas o controladoras (con los mensajes, con la ropa, con las amistades) de los adolescentes varones hacia sus parejas.

    Frente a este reto, teniendo especialmente en cuenta los efectos de la hipersexualización a edades muy tempranas sobre la que alertan todos los expertos, el único recurso definitivo es la educación en principios como la igualdad y el respeto. En este punto cobra especial relevancia el papel que juega el sistema de enseñanza, obviamente, pero también el de los medios de comunicación. Ojo, por ejemplo, con las letras de determinadas canciones que escuchamos frecuentemente en las emisoras de radio, o con el tono bonobo de algunos programas televisivos que fomentan una bochornosa cosificación machista de la mujer. Si las empresas de comunicación se dejan arrastrar exclusivamente por la demanda, con una visión puramente economicista de su labor, estarán contribuyendo a la liquidación de los valores por los que tanto se ha luchado durante décadas. Nos enfrentamos a un problema en el que todos somos corresponsables.

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