Desenlace para el olvido (Lleida 2-2 Nàstic)
El Nàstic se deja escapar dos puntos en la agonía. Primero Joanet recortó distancias y luego Bakayoko provocó un penalti inexistente que Raúl González aprovecharía

Albarrán despeja un balón bajo la atenta mirada de Cano.
Con cara de tonto. Así se marchó el Nàstic del Camp d’Esports de Lleida. El conjunto de Toni Seligrat consiguió una ventaja de dos goles a favor liderada en el marcador que entre ellos y el árbitro se encargaron de reventar en cinco minutos. Primero fue en una jugada aislada que acabó con un gol de Joanet en el que hay que decirlo que Wilfred pudo hacer algo más.
Precisamente fue el canterano ilerdense el que anduvo pícaro en el interior del área para desmayarse en el interior de área y observar como el árbitro caía en la trampa y señalaba penalti cuando el encuentro ya agonizaba. Inadmisible porque no se puede consentir que pique en una jugada tan previsible como esa. Bakayoko hace bien buscando el penalti, pero el colegiado no puede caer en la trampa, y más siendo el último minuto.
¿Por qué hoy sí y el día del Barça B con Gerard Oliva no? Esa es la pregunta que se hace uno y a la que no le encuentra respuesta. Bueno sí, quizás es que hay escudos que imponen más y al de la entidad tarraconense ya hace tiempo que se le perdió el respeto. No hay que excusar el empate solo en la actuación arbitral, pero no atribuirle gran parte de la responsabilidad sería faltarle el respeto a la verdad.
Raúl González no fallaba y conseguía rascar un bendito empate para los locales. El Lleida conseguía un punto en el descuento y el Nàstic perdía dos en un desenlace para el olvido. Segundo mazazo consecutivo lejos del Nou Estadi. Los granas han visto como en sus dos últimas visitas han pasado de tener seis puntos en su bolsillo a sumar solo dos. La diferencia es que en el Sagnier los perdieron ellos mismos en un tramo final de encuentro en el que se replegaron y pagaron su exceso de cobardía, mientras que en el Camp d’Esports fue el árbitro el que se encargó de quitarle casi de manera total los tres puntos que se habían ganado los granas con total merecimiento.
Lleida y Nàstic comparecieron en el terreno de juego conscientes de que la dificultad del contexto y el rival. Ambos no querían regalar nada. Si el rival conseguía algo era por mérito rival y no por demérito propio. Los dos no concedieron absolutamente nada en los primeros juntos 45 minutos. Solo el Lleida tuvo una ocasión clara y fue en un cabezazo de Diana en el 37’ que se estrelló en el larguero. Esa fue la única acción trascendente de un duelo que en la primera mitad evidenció el respeto que se tenían ambos conjuntos.
Al descanso ambos equipos se marcharon con la sensación de estar haciendo las cosas bien. Los dos conjuntos estaban sólidos en defensa y confiaban en aprovechar las ocasiones que la segunda parte les iba a regalar producto del desgaste y el talento natural de ambos equipos.
Si se habla de talento hay que hacer un punto y aparte cuando se cita a Joan Oriol. Lógicamente uno no tiene conocimiento del resto de carrileros zurdos de la categoría, pero cuesta pensar que haya un lateral superior al cambrilense. Sencillamente lo borda en cada encuentro y ayer añadió dos goles a su repertorio. Una actuación deslumbrante que solo empañó el tramo final.
Primero consiguió adelantar a los granas con un disparo desde la frontal que solo se le ocurrió a él. Para cualquier otro jugador o espectador era un tiro destinado a replegar al equipo, pero que terminó colándose en la portería rival. Un disparo que se estrelló en el palo y acabó en el interior de la red. Un chute de energía y una evidente demostración de que es algo más que un carrilero.
El Lleida no supo reaccionar al golpe. Lo intentó con más ganas que fútbol. El Nàstic se ha vuelto un equipo tremendamente sólido que no concede grietas al rival. Se ordena en ese 4-5-1 al que nadie le encuentra grietas ni por tierra ni por aire. Una obra coral defensiva a la que tiene que dar continuidad más allá de lo sucedido en la agonía de ayer.
La gran tarde de Oriol
El Nàstic andaba pendiente de una transición para matar el partido. Los minutos pasaban y el Lleida tenía que exponerse más porque el resultado le obligaba a ello. En una de esas jugadas en las que los ilerdenses acumularon más piezas de las recomendadas, Ballesteros iniciaba una contra a la que Oriol le daba continuidad por la izquierda. El cambrilense llevó la transición con el manual debajo del brazo. Condujo siempre con la cabeza levantada y finalizó con un disparo cuando todos esperaban un centro. Incluido Víctor que solo pudo ver como el cuero se colaba en el interior de la red.
Con el 0-2 el Nàstic se vio por delante en el marcador y prácticamente dio por ganado el partido. No se puede decir que se dejara ir, pero viendo la ventaja y las sensaciones sobre el terreno de juego era difícil pensar que se iban a escapar dos puntos.
Desenlace trágico
En una jugada aislada Albarrán volvió a pecar de temerario y se ganó a pulso la segunda amarilla del partido. Poco después iba a rentabilizar la ventaja el Lleida con un gol de Joanet que sorprendía a Wilfred con un centro chut. Otra jugada en la que se espera más del meta andaluz.
El Nàstic le contrató para hacer paradas imposible, de esas que rascan puntos, y de momento no solo no las ha hecho, sino que en acciones previsiblemente sencillas no ha estado a la altura de las expectativas que generó con su fichaje. El 1-2 en la agonía abocaba al Nàstic a un sufrimiento innecesario y para nada merecido por lo visto anteriormente. El Lleida olió la sangre y comenzó a colgar balones en busca del milagro que acabaría llegando en forma de error arbitral.
Aquel primer susto se tranformaría en drama con el penalti provocado por Joanet y que se aprovechaba Raúl. Un empate que dejaba al Nàstic en primer lugar de la clasificación, pero con cara de tonto. En otras palabras, un punto agridulce. Nunca mejor dicho.