El diamante de La Mina
Manu Lanzarote relanzó su carrera en aquel histórico Sant Andreu que dirigió Natxo González (2007-11). Se crió en la cruda realidad del barrio barcelonés

Manu Lanzarote celebra uno de los cinco goles que ha anotado con el Real Zaragoza.
Pleno centro del barrio de la Mina, en Sant Adrià del Besos. A la vera del ambulatorio y del campo de fútbol. A unos pasos del edificio Venus, aquel en el que José Antonio de La Loma inmortalizó las carreras de coches a lo quinqui del Vaquilla y sus amigos, en la peli ‘Perros Callejeros’. En La Mina se respira mundo decadente, familias que se rebelan ante la abundancia de paro e intentan soportar el ahogo del presente. Hay droga y paseos policiales. Nada escapa de la normalidad. De una rutina de calma tensa.
En ese clima se educó Manu Lanzarote (Barcelona, 1984), un talento fabricado en la calle, en el fútbol de cemento y barro, de pachangas previo piedra, papel, tijera. Un fútbol especial, rodeado de peleas, escarceos policiales y discusiones con alguna navaja al viento. ‘Lanza’, como le conocen sus colegas de oficio, esquivó penurias ilegales simplemente porque se enamoró del balón. Vio como en el ambulatorio del que era vecino no paraban de asomar gentes con rostros sangrientos. Vio pasar con preocupante normalidad a coches a 200 por hora. Se curtió en un paisaje de piel dura.
Manu compartía hogar en un ambiente familiar numeroso. Vivía en un piso de 60 metros cuadrados, junto a ocho personas. Su tío le impregnó valores innegociables. A los tres años ya le diseñaba entrenamientos personalizados para alejarle del peligro. Generó en su alma una pasión indescriptible por el juego. Completó la EGB en el Trajana y el Sant Gabriel. El Barça le incorporó a La Masia al mismo tiempo que Andrés Iniesta. Deliciosa generación.
Una mentira pilla le ayudó a salir del barrio durante aquellos años de azulgrana. Sus padres disfrutaban de sus meses de ocio en un camping de Tarragona. Lanza comunicó al Barcelona que se habían mudado definitivamente allí para que le dejaran instalarse en un piso compartido del club, con otros dos compañeros. Realmente, alejarse de la Mina se convirtió en el mayor logro en esos tiempos. Jamás logró pasar del C del Barça. Decidió salir del club e inició una travesía en el desierto. Lleida, Atlético de Madrid B y Oviedo fueron destinos tenebrosos. No funcionó y el regreso a Barcelona le creó un dilema. Andaba aburrido del fútbol.
En verano de 2007, el Sant Andreu y Natxo González le rescataron la ilusión con ascenso incluido a Segunda B y un progreso deslumbrante. Manu compartió viaje meses después con el rojinegro Máyor en el Narcís Sala. También con el cambrilense Edu Oriol. A aquella escuadra solamente le faltó coronar la época dorada con el ingreso al fútbol profesional. Se perdió en varias promociones. Eibar y Sabadell terminaron por sacar una versión exquisita de Lanza, que ya enseñaba virtudes como enganche combinativo, de especial destreza en el golpeo. Uno de esos futbolistas dulces, que rápido entra por los ojos.
El Espanyol le ofreció cobijo de dos años (2013-15) en el salón de las estrellas, pero no cuajó. Tras pasar por Vitoria, Lanzarote disfruta de los focos maños con clases de calidad en La Romareda. Es ídolo y franquicia. Cinco goles en 14 apariciones le convierten en amenaza seria para el Reus este sábado. Un peligro nostálgico en el reencuentro esperado con Natxo González.
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