Las aficiones y el estilo de vida de Ángel Martínez, lateral del CF Reus: 'La piel, el ring y un sombrero'
Ángel Martínez asegura mantener los valores que le inculcaron en Verdum, el barrio obrero de Barcelona que le vio crecer. Es un apasionado de los tatuajes, el boxeo y las barbas estilo hipster

Ángel Martínez posa para el ´Diari´ en el centro de tatuajes Nirvana de Reus.
«Cuando se acabe el fútbol, si puedo, quiero montarme un gimnasio con mi pareja». Es Ángel Martínez (Barcelona, 1991), el defensor del CF Reus. Un tipo que desprende la humildad propia con la que se educó en el barrio de Verdum, en la zona del barcelonés Nou Barris. Allí se crió en la calle. En la plaza de enfrente de su casa solía consumir las horas, con el balón cerca de él. Su madre, María, luchaba para sacar adelante el pequeño Martínez ejerciendo en un bar en la zona. Desde los 17 años, Ángel empezó a cultivar un estilo de vida peculiar, aunque necesitó superar tintes rebeldes, que incluso amenazaron con acabar con su carrera deportiva.
El primer tatuaje, en el abdomen, nació por la devoción que siente por sus abuelos. Una Carpa Maorí simboliza una relación eterna. Manolo y Rosa le llenaron de valores durante aquellos veranos interminables de pesca. Manolo murió hace poco más de un año. «Le echo mucho de menos. Era como mi segundo padre».
Probablemente el trayecto de este defensor espigado, de buenos conceptos técnicos, dio un salto de calidad cuando en A Coruña conoció a Mónica, su actual pareja. No sólo se trata de una simple compañera de viaje. Mónica, cuatro años mayor que él, ama el deporte. Es campeona de Catalunya de culturismo y se prepara actualmente para conquistar el escaparate internacional. Los dos cruzaron vidas cuando Martínez militaba en el filial del Deportivo (2011-12). Desde entonces no se han separado. «Lo que más me ha enseñado Mónica es la disciplina. Que para conseguir algo necesitas trabajar y cuidarte». Mónica siente pasión por el cultivo del cuerpo. Y para ello resulta indispensable acudir a una dieta estricta. Su socio ha captado el mensaje. En sus días libres echa ratos en un gimnasio céntrico de la capital del Baix Camp con Mónica como consejera. Incluso ha aprendido de dietas. Medita estudiar algún curso relacionado con alimentación deportiva.
Un buen ring
La pareja mantiene aficiones comunes como el boxeo. Suelen acudir a veladas por la zona de Barcelona. De hecho, el padre de Mónica ha practicado el boxeo amateur. «En Barcelona existe una cultura muy buena de boxeo. Hay grandísimos boxeadores». Uno de ellos se llama Sandor, del mismo barrio que Ángel. «Un fenómeno», suelta entre carcajadas.
Ángel no se parecería a Ángel sin un rasgo en su rostro que lo distingue cada domingo. Una barba de larga construcción que empezó a crecer hace cuestión de dos años y que permanece. Su amor por ella resulta casi irrompible. Hasta el punto que se la ha tatuado en su brazo, como señal de fidelidad absoluta. Ayer, en el encuentro que mantuvo con el Diari en el centro de tatuajes Nirvana de Reus, añadió otro ingrediente más a su estilo. Un sombrero. Seguro que Ángel pensó aquello de «siempre es bueno llevar sombrero, por si algún día debes quitártelo ante alguien».