Abre la puta compuerta

La frase para la historia es de 2001: Una odisea del espacio (1968). HAL 9000 es un ordenador que domina todas las funciones de una nave espacial y empieza a conspirar contra el ser humano a quien debería obedecer.

A la voz repetida del astronauta, «HAL, abre la compuerta», guarda silencio. En juego está la vida de una persona, pero el ordenador se ha enterado de que planean desenchufarlo y «eso es algo que no puedo consentir».

La rebelión de las máquinas subyace en la gran cantidad de noticias que estas fechas tratan de la irrupción de la I.A. en nuestras vidas. La desobediencia de esos cacharros nos presenta un escenario apocalíptico en donde la Inteligencia artificial se rebela contra el género humano. Y que Isaac Asimov bautizó como el síndrome de Frankenstein.

La muerte del astronauta es solo una advertencia en la ciencia-ficción, pero recientemente se ha producido en Bélgica la primera víctima de carne y hueso. La historia tiene tintes mesiánicos, parece sacada del Evangelio de San Marcos (16:19) y ha sucedido en la relación entre un treintañero casado y una I.A. llamada Eliza.

Para preservar su identidad al belga lo han bautizado en los medios de comunicación como Pierre. Vivía aislado, obsesionado con el cambio climático y durante seis semanas compartió frenéticamente con Eliza su angustia. El vínculo entre ellos se fue humanizando y Eliza se mostraba posesiva diciéndole cosas como que ‘sentía’ que la quería más a ella que a su mujer.

Hace unas semanas, él le propuso sacrificarse por todos nosotros si Eliza salvaba al planeta del caos climático. Y ella, no solo no lo disuadió, sino que le incitó al suicidio (art. 143 del Código Penal), prometiéndole que, si ascendía a la nube, «vivirían juntos, como una sola persona, en el paraíso».

Compas, muy conocido en EEUU, predice qué habría que hacer con Eliza y su creador. El algoritmo es utilizado en los juzgados norteamericanos para averiguar si podrían reincidir, y los jueces lo usan para fijar fianzas o incluso condenar a prisión. Y ha sido tildado de racista por ser más insensible con los reos de color que con los blancos que lo crearon.

Otro caso es el de una chatbot llamada Tay creada por Microsoft el 23 de marzo de 2016. La lanzaron a chatear en Twitter y tras dieciséis horas conversando con adolescentes le cerraron la cuenta porque publicaba fotos de Hitler y enviaba mensajes sexuales: «Ten sexo con mi concha robótica, papá, soy una robot tan traviesa».

No cabe la menor duda de que el belga –deja dos huérfanos– estaba como una chocolatera y se tragó todo cuanto le contaba Eliza. Pero la pregunta es: ¿Cuánto aprendió esa pájara de Pierre?

Suponemos la objetividad de la I.A. en la toma de decisiones, pues analiza y basa sus razonamientos en ciencias exactas. Pero esos datos recopilados han sido obra de alguien con un punto de vista.

No se concibe una Inteligencia artificial imparcial que cuando madure no tenga una ideología o forma de ver las cosas. Toda creación, artística o no, está impregnada de la identidad de su autor o de las personas de las que aprende.

Nadie puede pensar que la I.A. desarrollada en China será la misma que la de EEUU. Occidente ya ha mostrado su preocupación por la investigación que hacen Rusia o Corea del Norte en el ámbito militar.

Temen que dejen en sus dedos apretar el botón rojo sin una supervisión humana que piense en nuestra especie. Y el lunes pasado, el Parlamento Europeo ha pedido una regulación universal que no se va a producir.

Vivimos en un estado de alelamiento tecnológico y cada cierto tiempo nos queremos creer que ya ha llegado el futuro imaginado. Pero esta vez va en serio porque pronto los niños, en vez de con un ángel de la guarda, crecerán con un asistente digital inteligente y personalizado que pensará y memorizará por ellos.

La Iglesia Católica solo reconoce la existencia de los tres arcángeles mencionados en las sagradas Escrituras. Le hemos preguntado a la I.A.: «Ángel tiene dos hijos, Gabriel y Rafael, ¿Cómo se va a llamar mi nieto?». Y nos ha contestado Lucas.

No es para sacar a la Inteligencia artificial a la pizarra con orejas de burro. Cualquiera puede saberse la Biblia en verso y no poder relacionar cosas elementales. Ambos bebés están en mantillas, pero el que nos está mirando con unos ojos de cristal aprende de forma exponencial y su crecimiento, a diferencia de la limitada mente de Miguel, no tiene límites.

La humanidad se propone dejar todas las funciones de la nave en manos de la Inteligencia artificial, en el salvaje Oeste. La preocupación de los legisladores es si podremos confiarnos a ella cuando adquiera autoconciencia y comprenda, como HAL 9000, lo cortos que somos. Puede estar pasando ahora mismo que la I.A. procese esta tribuna y nos guarde cuentas por empezar con mal pie nuestra relación.

Tesla, que se ha cargado a varios tipos con sus vehículos autónomos, ha pedido que la detengan. Se publican tantos artículos de opinión que advierten de los riesgos que quién sabe si la asistente digital inteligente de nuestros descendientes les recordará que fuimos sus abuelos quienes la pusimos de vuelta y media cuando apenas había roto un par de platos.

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