Irak: elecciones parlamentarias

En octubre del año pasado fueron las elecciones al Parlamento irakí. En las calles de Bagdad se veían carteles de los diferentes candidatos y candidatos, muchos vestidos a la manera occidental, las tanquetas del ejército se encontraban presentes en varios sitios y plazas. Se temía un atentado. Paralelamente en las mismas fechas millones de personas procedentes de dentro y de fuera de Irak se movían por diferentes caminos para coincidir en un día determinado en Kerbala, en la que está considerada la mayor peregrinación religiosa anual del mundo, y de la que hemos escrito recientemente en estas páginas (Diari de Tarragona, El Arbain, domingo 28 de agosto).

Les recuerdo que el año pasado estábamos todavía viviendo por estas fechas la pesadilla de la Covid. El responsable encargado de la seguridad de la ciudad santa de Kerbala me confesó que la Covid había sido una preocupación inicial, pero que a medida que los peregrinos llegaban no había aumentado el número de infectados, sino que sorprendentemente había disminuido. Aquí la Covid se veía como una tontería más de los países occidentales y, aunque alguno podía llevar mascarilla, el resto (que les recuerdo que son millones de personas) se ponía bajo la protección del santo, la cual visto los resultados tenía efecto. No olvidemos, no obstante, que conseguir un falso PCR estaba a la vuelta de la esquina.

Afortunadamente, los peregrinos volvieron a sus casas y a sus países sanos y salvos, y poco después las elecciones tuvieron lugar, también sin mayores incidentes. Con todas las salvedades, podemos considerar que bajo los estándares occidentales son unas elecciones democráticas. Y éstas debieron serlo, aunque muchos partidos después de saber los resultados dijeron que había habido pucherazo. Un tema central del debate electoral era la lucha contra la creciente corrupción en el país, que había provocado importantes manifestaciones en el centro de Bagdad el año anterior.

Una diferencia esencial entre nuestro sistema y el irakí es que en éste la pertenencia a un credo, a una tribu o a una etnia es un dato relevante y tiene sus consecuencias en la distribución parlamentaria y en la composición de los partidos. Nosotros, los occidentales, hemos perdido, para bien o para mal, nuestro sentido de pertenencia a un grupo. Sin embargo, en Irak, y en una gran parte de la Humanidad, pertenecer a una familia, a una etnia o a un grupo marca una diferencia, mucho más importante que pertenecer a un Estado.

En el camino entre las ciudades santas de Nayaf a Kerbala, que es la ruta principal de la peregrinación religiosa, me llevaron una noche a una tienda de campaña de dimensiones gigantescas para conocer a alguien que decían que era muy importante. Se hacían las presentaciones, te sentabas con el prócer y sus amigos, se hablaba lo necesario y lo que exigían las normas de la hospitalidad, se comía y bebía algo, y te despedías pasado un determinado rato. La curiosidad te hacía preguntar quién era la persona. «Es fulanito... su tribu tiene más de un millón de personas». Te das cuenta de que las tribus, sean lo que sean, y con independencia de su relevancia e importancia actual, siguen siendo un referente.

Los occidentales estamos cada vez más desarraigados y nuestros referentes familiares empiezan a ser una antigualla del pasado. Los que se llevan la palma son los nórdicos, pero incluso entre los mediterráneos, el desarraigo empieza a ser patente. La familia como tal importa poco, quizás porque previamente tendría que verse qué queda de ella al cabo de pocos años. No es así en otras partes, y no lo es desde luego en Irak.

Esa pertenencia va muy unido directamente al relato oral, que los occidentales hemos perdido, es decir, a contar generación tras generación la historia de los antepasados. Un día pregunté a mi acompañante irakí cuál era su familia y me contestó que ellos procedían de tal, un personaje muy conocido en los inicios de la historia del Islam, sobre el que curiosamente había estado leyendo los días anteriores. Nunca he conocido a nadie que me diga que su ancestro es Don Pelayo.

Los resultados de las elecciones del año pasado pueden ser una prueba de lo que les intento comunicar. Los 329 escaños se repartieron de la siguiente forma: los cuatro partidos chiítas han conseguido 117; los dos partidos sunitas, 51; los tres kurdos, 57; el resto es una amalgama de siglas (43 parlamentarios no tienen una afiliación partidista). El partido ganador (bueno, el que ha sacado más escaños) ha sido el movimiento chiíta de Al Sáder, que ha conseguido 73 (el partido que le sigue es uno de los kurdos con 37). Según un pacto establecido, como en el Líbano, el presidente del Parlamento, del Gobierno y del Estado deben repartirse entre los kurdos, los chiítas y a los sunitas.

Durante todo este año se ha intentado formar gobierno, pero son tantos los grupos políticos que ha sido imposible, y los propios chiítas se hayan radicalmente enfrentados.

El lunes de esta semana los partidarios del clérigo Al Sáder han asaltado la Zona Verde con armas de fuego y han entrado en alguno de los organismos estatales. Ha habido centenares de heridos y más de treinta muertos. Su líder ha pedido perdón, ha dicho que contra la corrupción no se puede luchar violentamente y ha dimitido de la política. El presidente del Estado ha indicado que quizás la solución esté en celebrar nuevas elecciones.

Los peregrinos a Kerbala han empezado a inundar los caminos hacia la Ciudad Santa para la celebración de El Arbain. La historia se repite. Se la seguiré contando, si no les aburro.

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