Tambores de guerra

Yo no sé qué clase de música sonará en la sesera de los cabecillas que dirigen esta tan nuestra Unión Europea. Primero aparece en escena Emmanuel Macron, que catapulta la posibilidad de enviar tropas francesas a Ucrania, y se queda tan a gusto.

No tendrá suficientes problemas en su país como para meter el hocico a 2.600 kilómetros. Válgame Dios, lo que llega a hacer la impopularidad acuciante. Después aparece la poderosa Úrsula Von der Leyen, que, ni corta ni perezosa, escupe un vómito belicista tan surrealista como inédito, «La guerra no es imposible».

Un cóctel explosivo de carácter lingüístico que tiene la doble función de amedrentar, y lo digo jocosamente, a Moscú, pero también atemorizar seriamente a los ciudadanos hastiados de que hagan nuestros los problemas burocráticos, y nos afecten las consecuencias de su irresponsabilidad.

La palabra guerra produce temor, pánico y desasosiego, pero no olvidemos que también es el amigo más fiel de la manipulación.

Al inicio de la guerra de Ucrania, estos mismos dirigentes, los que hoy urgen al rearme de Europa, nos querían convencer de que Rusia sucumbiría a su soberbia, claudicaría y que las medidas sancionadoras colapsarían el músculo ruso.

Ha ocurrido todo lo contrario, Putin ha sabido orquestar una maniobra estratégica excepcional para venderse a otros países como India y China, aliados rusos. Mientras tanto los estados miembros de la Unión son los que más severamente acusan las consecuencias económicas de la guerra. Inflación, migraciones y repercusiones en la distribución energética.

Desconozco si el Parlamento Europeo era conocedor de que toda sanción conlleva una reacción. Rusia decidió suspender el suministro de gas contribuyendo a crear situaciones rocambolescas, como la decisión de comprar gas a los EUA e importarlo mediante barcos cisterna. Precisamente la confianza ciega en EEUU es la que nos conduce al callejón sin salida donde nos encontramos.

La Administración Biden, junto a alguno de sus autómatas europeos, utilizaron a Ucrania y a sus ciudadanos como anzuelo para tensar al máximo la situación con Rusia. El planteamiento era sencillo, defendiendo a Ucrania se defendía a la Democracia y a los valores occidentales, pero su ejecución no acaba de cuajar.

Sobre todo, ahora que se hace muy posible un cambio de rumbo en la Casa Blanca, y aparece de nuevo la icónica figura de Donald Trump, quien asegura que no va a defender, ante una invasión rusa a territorios que tengan pendientes facturas con la OTAN. Es más, anima a Moscú «a hacer lo que quiera». Con Trump gestionando el poder americano la alianza transatlántica deja de tener sentido, puesto que el ‘primo de zumosol’ desaparece de la escena.

Rearmar a la Unión Europea significa contradecir sus principios básicos de libertad y fomento de la paz y estabilidad, porque nos llevan a la guerra. Me horroriza pensar en madres que no pueden ya llorar al ver a sus hijos partir hacia un sinsentido, hacia la contienda.

Guerras las hay de muchos tipos y que no nos engañen, esta es ideológica entre dos bloques geopolíticos cada vez más radicalizados. Los valores sin rumbo de occidente se enfrentan a los sólidos y jerarquizados de aquellos a los que llaman enemigos. No soy yo quien debe cuestionar ni unos ni otros. En definitiva, se trata de someter a Rusia a un diccionario occidental sin contar con la propia Rusia.

El mismo día en que hasta el nada sospechoso diario The New York Times reconocía que la Ucrania de Volodímir Zelenski podía acabar perdiendo la guerra, la presidenta de la Comisión Europea se permitía afirmar sin pestañear en su discurso en el Foro Económico de Davos todo lo contrario. Es Teatro con un título Tambores de guerra.

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