Veremonte... diez años después

Hubo un tiempo en que era casi obligado en las convocatorias de prensa de cierta relevancia entregar un pendrive a los periodistas. Hoy han quedado desfasados, pero hace unos años era el modo de facilitar imágenes, dosieres, gráficos e incluso audio y vídeo conforme iba avanzando la tecnología. Conservo un pequeño cajón en el despacho con algunas piezas de colección, ya que las grandes compañías acostumbraban a tunear los ‘pinchos’ como un guiño simpático a la audiencia.

En este mini-museo reposa un barquito de goma –equipado con grúas, helipuerto y todo– del Port de Tarragona, una Honda de competición de Repsol, un reactor nuclear en miniatura de Anav o un pequeño rombo negro –todavía no se había impuesto al 100% el actual rojo corporativo– de Dow. Hay otros especialmente elegantes, como el de los 15 años de la URV, alguno lujoso en cuero y cromo como el de la presentación de DS, la marca premium de Citröen, en el Grupo Oliva, o como el de ‘Sons de Prades’, de Bodegas Torres, en madera acorchada con cierre de imán.

¿Por qué este ataque de nostalgia? He abierto expresamente mi particular cajón de sastre buscando el pendrive de Veremonte. Lo recordaba con cierto toque de sofisticación, como su logo con burbujitas de color esmeralda. Y allí reposaba, diez años después de la presentación a bombo y platillo de BCN World en la Cambra de Comerç de Tarragona. Tenía un recuerdo vago de la imagen de marca, pero no olvido la fiebre que causó la presencia de Enrique Bañuelos ya investido como mesías del Eurovegas catalán.

El enésimo palo en las ruedas del plan director de Hard Rock, ahora por su impacto ambiental, me ha llevado de regreso a aquella rutilante rueda de prensa, uno de los mejores ejercicios de ilusionismo que he tenido ocasión de contemplar en directo. Sólo he visto algo parecido cuando David Copperfield hizo aparecer un Cadillac delante de nuestras narices en Las Vegas. En Tarragona, el mago de Sagunto compartió escenario con un pez gordo de Melco gran señor de los casinos de Macao– para dar un toque más global a la función.

Bañuelos, que llegó a ser accionista de referencia en el Sabadell, ya se había pegado el batacazo post-burbuja en Astroc cuando aterrizó por estos lares; no obstante, mantenía el aura del joven tiburón milmillonario que se había codeado con los Botín, Koplowitz o los March. Una señora de provincias como Tarragona rápidamente pronto cayó rendida bajo los encantos del apuesto cazafortunas, quien manejaba los restos del naufragio inmobiliario desde un lujoso despacho de Londres. Afortunadamente, el casanova desapareció sólo tres años después, desencantado al comprobar que no sería sencillo esquilmar a la viuda.

Por pura curiosidad, me he tomado la molestia de indagar sobre las andanzas del galán huido. En su día se le vinculó a su vecino londinense, el yernísimo Alejandro Agag, durante el despegue asiático de la Fórmula E. Le debió gustar el flirteo con ese mundillo, porque su alargada sombra se proyecta hoy, a través de Inzile, fabricante sueco de vehículos eléctricos inteligentes, sobre el hub de Descarbonización de Barcelona (D–Hub), que se ubica en los terrenos de la antigua Nissan.

El mes pasado, Bañuelos asumió la presidencia ejecutiva de una Inzile en horas bajas y con fuertes pérdidas, donde domina más de la mitad del capital a través de su empresa QEV Technologies, y también lidera junto a Barcelona Technical Center (BTech) y otra veintena de firmas una inversión prevista de más de 300 millones de euros, en su mayor parte dirigida a regenerar un ecosistema industrial en torno a la electromovilidad. El Ministerio de Industria ha adjudicado a D-Hub 105 millones de euros, casi el 15% de los primeros 700 millones asignados por el Gobierno a la transformación del vehículo eléctrico.

Como se puede apreciar, la megalomanía del empresario sigue gozando de excelente salud. Además del D-Hub barcelonés, ha puesto los ojos en una bella heredera y coquetea con las autoridades de Cabo Verde para clonar BCN World en la costa noroeste de África: más de 500 millones de dólares y 10.000 empleos en el despegue de un destino de turismo de negocios... Quizá les suenen de algo los cantos de sirena que se escuchan al sur de la isla de Maio.

Nunca se sabe con este tipo de visionarios, acostumbrados a subirse a montañas rusas llenas de ceros y vedadas al común de los mortales. Hace casi 30 años, cuando el president favoreció las expropiaciones para que Javier de la Rosa –otro seductor estilo Bañuelos– construyera lo que sería el parque de atracciones más grande de Europa, muy pocos llegaron a visualizar PortAventura World en su bola de cristal.

No me atrevo a vaticinar qué pasará con Hard Rock, y si los indios seminolas nos terminarán enviando al cuerno por inútiles. Por una parte, la resiliencia del proyecto PortAventura, y eso que la cosa se puso realmente fea cuando quebró Grand Tibidabo y el empresario ‘modelo’ De la Rosa terminó entre rejas, invita un cierto optimismo. Por otra, Tarragona se ha doctorado cum laude en manosear hasta el hastío toda forma de inversión ilusionante para el territorio. Les ahorro el bochorno de enumerar el listado. Veremos cómo se escribe el futuro; la realidad a día de hoy, mal que nos pese, señala la puerta de servicio por la que se accede al club de los aeropuertos vacíos.

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