«¿Perdonar? Puede ser. ¿Olvidar? No. Todos los golpes fueron innecesarios»

Jordi Vidal fue uno de los ochenta heridos en las cargas en La Ràpita, el municipio ebrense más afectado por el 1-O

01 octubre 2018 08:51 | Actualizado a 06 octubre 2018 19:35
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En las Terres de l’Ebre, fueron tres los municipios que sufrieron cargas policiales y mucha tensión durante la jornada del 1 de octubre: Sant Carles de la Ràpita, por la mañana; Roquetes, al mediodía, y Móra la Nova, por la tarde, siendo la primera la principal afectada, ya que resultaron heridos una ochentena de vecinos. Los furgones de antidisturbios emprendieron una oscura ruta de sur a norte de las Terres de l’Ebre, y durante aquel día se vivieron momentos de pánico, ya que a través de las redes sociales se comentaba cuál podía ser la siguiente parada de aquel furgón que dejó escenas que muchos no olvidarán jamás.

 Jordi Vidal, rapitense de 41 años, es uno de los numerosos heridos que dejó aquella actuación policial, entre jóvenes, personas mayores, hombres y mujeres. Incluso dos periodistas del municipio que estaban trabajando en ese momento aquella mañana, Sofia Cabanes y Daniel Sainz de Aja, recibieron golpes y empujones. «¿Perdonar. Puede ser, es más fácil. ¿Olvidar? No. Todos los golpes fueron innecesarios. Nunca olvidaré ese día», declara.

Jordi Vidal vive en Barcelona, donde trabaja en el Port, con su mujer Anna (también de la Ràpita) y su hija, aunque pasan muchos fines de semana en la localidad para reencontrarse con familiares y amigos. Su mujer está empadronada en Barcelona, de forma que se quedó para votar, pero Vidal se levantó temprano y cogió el coche a las 7 de la mañana para participar en el referéndum en la Ràpita y de paso ver a su familia. 

«Al poco tiempo de estar en el pabellón vi que ya había mucha Guardia Civil. Era temprano. No me esperaba absolutamente nada de lo que acabaría pasando. Fue todo muy rápido. Con el tiempo y las imágenes que ves después lo comprendes, pero en ese momento te ves ahí en el medio, entre tanta gente, y no sabes qué está pasando», explica Vidal. El rapitense incluso recuerda que, antes de que llegaran los antidisturbios, un agente de la Guardia Civil, «sin mirar a nadie, como si rezase, pedía susurrando que por favor nos fuéramos, como si supiese lo que iba a venir». 

Al lado de Vidal había una mujer de unos cincuenta años paralizada por el miedo. «Estaba en estado de shock, antes de que se diera cuenta, como nos pasó a los demás, se encontraba al lado de unos tipos que eran armarios y llevaban porras y escudos. La mujer se echó a llorar, pedía por favor que no le hiciesen nada. Y pasó. Sin avisar, comenzaron a pegar. Otro hombre y yo quisimos proteger a esa mujer poniéndonos en medio y ahí nos llevamos los golpes. Haciendo eso, a una pobre mujer que pedía clemencia y que estaba aterrorizada, perdieron toda credibilidad ante mis ojos y me dije que de ahí no me iba a ir».

Como consecuencia de los golpes, ya que después fue en busca de su padrino de 60 años y por el camino recibió más porrazos, Vidal sufrió serios hematomas en los muslos y el abdomen y fue al CAP. «Yo no me llevé la peor parte, había vecinos míos que salieron sangrándoles la cabeza». Con el parte médico denunció el caso y fue a declarar a Ciutat Vella, «ya que Tortosa y Amposta estaban colapsadas, aunque no sé si servirá de nada».

Tras los hechos, Vidal no quería ni ver más vídeos de lo ocurrido en su pueblo y en tantos otros. «Ya tenía suficiente con las imágenes en mi cabeza», afirma. Aquel día acabó votando en Poble Nou del Delta, como muchos de sus vecinos. Después de un año, el sentimiento que protagoniza el recuerdo de lo sucedido es el de decepción. 

Curiosamente, al trabajar en el Port de Barcelona, Vidal tuvo que ver cada día el famoso «barco Piolín» de los cuerpos policiales. «Siento muchísima decepción. Todo fue muy innecesario. Los que ahí estábamos no hacíamos nada malo, no hacía falta salir a pegar a personas completamente indefensas».
 

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