Cuando la actualidad se acelera, a veces es difícil ser consciente de la magnitud del cambio que está por suceder en Tarragona. Hay que parar un momento y recopilar datos, titulares, editoriales, exclamaciones, dudas y alguna que otra desconfianza. La lluvia de millones parece ser real, pero este es un territorio que es gato viejo. Sabe mucho de promesas que se las llevó el viento. Esta vez, sin embargo, parece distinto. Es distinto porque la mayoría de los proyectos vienen avalados por fondos europeos que sí o sí deben ser ejecutados en el tiempo previsto. Esta vez sí que se puede decir que Europa acude en ayuda de Tarragona para evitar un nuevo desencanto. No solo Europa. La inversión de Repsol, anunciada hace ya varios días, es un catalizador de numerosos proyectos que dependían de la decisión del Gran Hermano (Repsol es la mayor empresa del Polígono Petroquímico de Tarragona). Una vez desencallados los 800 millones de euros para la Ecoplanta, las dinámicas de inversión en proyectos de descarbonización —por ejemplo— van a acelerarse. El caso de la Vall de l’Hidrogen es paradigmático. El anuncio realizado por la ministra Aagesen, incluyendo a Ascó y Constantí, relanza unos proyectos que parecían dormidos. Ascó se configura así como un polo de atracción incuestionable para proyectos ligados a la sostenibilidad industrial. Otros empiezan a atraer también —como la miel a las moscas— inversiones muy potentes. Es el caso de Mont-roig del Camp, que ha visto cómo la mayor inversión hortícola recababa en su término municipal. Ametller Origen invertirá en más de 100 hectáreas de innovación. Mientras tanto, se espera la llegada de la coreana Lotte. Una estrategia arriesgada que da sus frutos y que merecerá, en su momento, un mayor estudio. El caso también de Ercros con su PERTE para descarbonizar. El ministro Jordi Hereu, de paso por Tarragona para visitar sus instalaciones, no escondía su entusiasmo: «Están pasando cosas». Es cierto, pero no es menos cierto que la coyuntura política es volátil y que la historia nos exige un grado de prudencia. Celebramos las inversiones, celebramos que Tarragona acelere para no perder más trenes (bastantes llevamos ya) y celebramos el espíritu de colaboración del territorio. El optimismo no es muy «tarragoní». Pero lo practicaremos.