Hay días en los que escribir una editorial duele. Hoy es uno de esos días. Las imágenes que llegaron ayer por la tarde de la tragedia ocurrida en El Hierro encogen el corazón. Un cayuco con unas 150 personas a bordo volcó en el puerto de La Restinga, cuando ya se aproximaba al muelle para desembarcar a sus ocupantes. A pocos metros del puerto, a pocos metros de tierra. Los servicios de emergencia de las instalaciones portuarias han certificado la muerte de al menos siete personas. Son cuatro mujeres adultas y tres menores: una de aproximadamente 16 años y dos de unos cinco años. Además, hay dos adultos, un hombre y una mujer, en estado grave. Las muertas –todas mujeres– no sabían nadar, porque a las mujeres no se les enseña, son más vulnerables en un escenario que ya de por sí es de máxima vulnerabilidad. Los esfuerzos de las personas que se encontraban en el muelle –Salvamento Marítimo, Cruz Roja, pescadores...– no pudo evitar una tragedia que se repite en los mares una y otra vez. De los cayucos que no llegan a puerto no sabemos el número de muertos, pero cuando la tragedia ocurre justo a punto de desembarcar, el estupor es sencillamente insoportable.
Y esto es bueno. Es bueno que estas imágenes no nos dejen indiferentes, es bueno que en la redacción del Diari a más de uno se le humedecieran los ojos, y a casi todos nos faltaron las palabras. Porque no hay palabras para describir el horror. Nos hemos negado conscientemente a poner el término «migrantes» en el titular. Porque de alguna manera despersonaliza y para muchos justifica una tragedia así. «Si son migrantes, ya sabrán a lo que se exponen» dirán algunos, otros incluso dirán «pues no hubiesen salido de su casa». Como si la alternativa a ese viaje peligroso existiera, como si la emigración fuese una opción de vida, como cortarse el pelo o no. La migración no es un fenómeno, es una realidad que se impone porque la desigualdad es insoportable, porque todo el mundo tiene derecho a una vida mejor. Luego estarán los retos que nos deben permitir encontrar cómo cohesionar nuestra sociedad ante el hecho irrefutable de que ya nada es como antes y nada volverá a serlo. Pero mientras lamentamos el pasado, los mares se inundan de cadáveres de personas, no de «migrantes». Son personas.