En la conversación más improvisada a Edu Miquel (25 años) le recuerdan siempre a Mary Poppins. El nombre de la película sale cuando él dice de qué trabaja: es deshollinador, el mismo empleo que tenía Bert, aquel célebre personaje soñador, bailarín y fantasioso que encarnó el actor Dick Van Dyke en el film de marras.
Lo suyo es mucho menos agradable y bastante más terrenal: limpia a fondo chimeneas y acaba siempre negro. «Intentas no ensuciar mucho la casa, pero la cara se te queda sucia después de aspirar toda la ceniza. Es un trabajo bastante habitual para nosotros y que hace poca gente», explica Edu. Junto a su hermano Adrià (28 años) y su padre Santiago (57) llevan adelante AEM Desatascos y Deshollinador, una empresa familiar en Altafulla que se mueve por los alrededores y lo hace también de noche. «Estamos de guardia las 24 horas y todo el año, excepto en Navidad y Sant Esteve», cuenta Santiago, que es el salvador de muchos vecinos en apuros. «Por la noche hacemos urgencias sobre todo en casas particulares, edificios y comunidades. Si tienes que salir, el servicio te puede partir la noche porque pierdes una o dos horas. Al día siguiente estás más dormido pero procuras empezar un poco más tarde», explica.
La situación es de sobras conocida y cotidiana: se lleva la palma la tubería obstruida que genera un tapón, deja salir todo el agua e inunda el aparcamiento sin remedio: «De madrugada las situaciones suelen ser graves y hay mucha prisa. Cuando llegamos el vecinos suele estar nervioso y alterado. Procuramos calmarle».
Santiago va al grano cuando se le pregunta por la parte más delicada: «Trabajamos con mierda, con suciedad, con porquería y es un poco desagradable. Eso es lo más difícil. Luego cuesta mucho deshacerse de ese olor y lo llevas todo el día. Hay que acostumbrarse». Sólo los años y la experiencia permiten amoldarse y sobrellevar un hedor que no es más que la parte oscura del vecindario.
«Mucha gente no sabe que debajo de un suelo pasa una tubería que necesita mantenimiento. La clave está en el mal uso y en que algunas instalaciones son antiguas». «¡Esto no me había pasado en 30 años!», lamenta un afectado. «A veces te toca, las cosas fallan, y tienes que arreglarlo», responde Santiago, habituado a depurar las cloacas y a encontrarse con todo tipo de elementos: «Una vez metí la mano en una tubería y saqué una rata... pero en otra ocasión me encontré con 500 pesetas en un desagüe».
Luego, el inventario va de toallitas hasta botellas, e incluso un pescado entero. No es lo peor. «Alguna vez estás trabajando y se te cae todo encima, manchándote. Sólo te queda aguantar, ser paciente, cerrar los ojos y la boca y esperar a que acabe», dice.
Santiago se ve en esto hasta la jubilación, cuando rubricaría una apuesta por este oficio que, en realidad, le salvó casi del paro: «Me había dedicado a la construcción pero en 2005 vi que venía la crisis. Lo dejé y monté esta empresa. Ya vi que entonces aquello era insostenible. Había demasiada gente dedicándose».
En ocasiones le requieren los servicios de albañilería para detectar dónde hay que hacer una intervención bajo tierra. «Colocamos una cámara en la manguera y podemos ver dónde está el fallo sin tener que abrir todo», cuenta Santiago, que a veces se enfunda en un traje especial protector para resguardarse de las pestilencias de pozos ciegos y alcantarillas. Entre las herramientas que hay en su camión guarda un secreto: un bote de perfume. Lo esparce allí donde ha habido fugas embarazosas. Y es un alivio.