Opinión

Hastío

¿No hay un programa de mínimos, 50, 70 ó 100 puntos básicos para que estén todos de acuerdo?

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La Semana Santa, para quien no es creyente, es un período vacacional, que viene muy bien para reflexionar y sobre todo para conversar. Uno cree, quizás ingenuamente, que el político profesional lo hace así. Pero en este país las cosas no son como debieran ser o como los ciudadanos quisieran que se realizaran.

Cien días después de que el pueblo –habla, pueblo, habla– ordenara en las urnas que se acabase el rodillo ‘popular’, sigue el parón entre los partidos políticos y entre sus dirigentes. Me dirán que son tácticas, que se está a la espera del resbalón o de la blandura del contrario o… Después de tantos días, estas son sinrazones.

El pueblo ha dado un encargo y los políticos, si son profesionales, deben cumplirlo como lo harían en cualquier otra tarea.

El país está parado, asombrado de tanto despropósito, pero tampoco está dispuesto a dejarse engañar, y ello puede que lo paguen en las urnas. ¿O es que realmente lo que se propone, en el fondo, es que ‘com menys serem, millor riurem’?... No hay nada mejor para un político que mande que una masa aborregada y conformista. Pero el pueblo –no dejes que te roben tu palabra– tampoco es ignorante cuando la realidad, pegajosa ella, dice que nos están tomando el pelo de arriba abajo.

Tiempo ha habido para escucharse y para escuchar a los consejeros áulicos y tomar decisiones. No hay duda de que la solución ha de ser transversal, ya que el Parlamento está dividido. Y aquí viene la grandeza de los políticos de raza, de buen profesional. Desde la firmeza en lo que uno cree, hasta la generosidad en lo que los ciudadanos esperan. Generosidad que no es rendición, sino aceptación de las razones del otro, en todo o en parte.

¿Acaso no hay un programa de mínimos, de 50, 70 o 100 puntos básicos para que estén todos de acuerdo?...

Nos estamos jugando la credibilidad del país ante las instituciones foráneas. No me digan que en Bélgica estuvieron 500 días así: ya hemos visto lo que ese Estado puede dar de sí, en muchos aspectos. Quizás deberíamos reflexionar si la capitalidad europea no debería residir en otro lugar, como Luxemburgo o la misma Estrasburgo.

Planes detenidos, proyectos sin terminar, deterioro de situaciones, mientras los ciudadanos de a pie, de los que han de levantarse a las 6 de la mañana para media jornada, o acostarse a las 10 después de una noche a medio sueldo o, sencillamente, que están dependiendo de una ayuda social, de una asistencia que no llega, ven como día tras día esos políticos –con sus buenos sueldos y prebendas– gastan las horas en observar si el contrario guiña un ojo o hace una mueca. Esto no es demagogia, y si alguien lo cree así, es un pobre desgraciado.

Hastío es la palabra. Hastiarse es producir disgusto por pesado o empalagoso, aburrir, cansar, fastidiar… Elija, lector, el término más conveniente a su estado de ánimo.

Si vuelve a haber elecciones, casi con certeza, el partido más votado va a ser el de la abstención, con una montaña de papeletas en blanco o con términos adecuados a la conducta de los elegibles.

¡Ya, basta!

Me vienen a la memoria aquellos tristes versos que reflejaban, en dialecto panocho, la situación de un pobre campesino murciano, y que Vicente Medina hizo eternos, en el poema Cansera, y acababan así: «pa’qué quiés que vaya… éjame que duerma, a ver si pa’siempre, si no m’espertara, tengo una cansera».

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