Opinión

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La adjudicación de las primeras obras del tranvía del Camp de Tarragona marca un antes y un después en la forma en que entendemos la movilidad y la vertebración de nuestro territorio. Con una inversión inicial de 15,8 millones de euros y unas obras que comenzarán este septiembre, el proyecto toma forma tras décadas de anuncios y expectativas. El área metropolitana necesita un elemento que la una físicamente, no solo administrativamente o en los discursos. El Camp de Tarragona, la segunda gran área metropolitana de Catalunya, lleva demasiado tiempo reclamando un proyecto que la estructure y defina su espacio compartido. Este tranvía, con 46 kilómetros previstos, 47 estaciones y conexiones con centros urbanos, hospitales, campus universitarios e incluso el aeropuerto de Reus, no solo unirá ciudades. Recoserá el territorio. Recoserá la vida. Es un proyecto con dimensión territorial, pero con impacto cotidiano: para que un estudiante de Cambrils pueda llegar a tiempo a su clase en la URV de Vila-seca; para que una persona mayor de Salou pueda ir a una cita médica en Reus sin depender del coche; para que ir a trabajar en transporte público sea por fin una opción eficiente y no un quebradero de cabeza. Este tranvía no es solo un medio de transporte. Es el verdadero creador del área metropolitana de Tarragona. Y lo es precisamente porque es tangible. Porque se ve, se toca, se usa. Este proyecto salda una deuda que nadie imaginaba que se pagaría. El desmantelamiento del corredor ferroviario de la costa dejó una cicatriz en el paisaje y una promesa en el aire. El tranvía del Camp es, por fin, la respuesta a esa promesa incumplida. Es la reparación de una deuda histórica con el territorio. También es una apuesta clara por la sostenibilidad. Alcanzar el objetivo de que el 25% de los desplazamientos en el Camp se realicen en transporte público no es una utopía. El tranvía es la clave. Es una herramienta poderosa para la descarbonización, pero también para una movilidad más justa y cohesionadora. La apuesta del Govern por financiar e impulsar este proyecto es, sin duda, un paso adelante. Ahora todos —ayuntamientos, instituciones y ciudadanía— deben defenderlo, cuidarlo y, sobre todo, usarlo. Así dejaremos de hablar del Camp de Tarragona como un espacio disperso para empezar a vivirlo como lo que ya empieza a ser: un territorio conectado, vivo y con futuro.

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