Opinión

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La palabra «fiasco» proviene del italiano «fiasco», que significa «botella de vino». En el teatro italiano del siglo XVIII, un actor que fracasaba en una escena ofrecía una botella al público como compensación, un gesto conocido como «fare fiasco». Así, un fiasco se convirtió en sinónimo de un fracaso público y visible, que requería algún tipo de reparación. Ayer por la noche se jugó la final de la Champions. Decido escribir esta columna desde París y antes de conocer el resultado porque pierda o gane el París Saint Germain, esta ciudad está decididamente histérica con el partido. 5.000 policías patrullan las calles del centro, los Campos Elíseos controlados al milímetro. Todo París se ha vestido de unos colores y solo tiene una palabra en la boca «Luis Enrique». Este asturiano tosco y burlón que se ha puesto por montera todo el ceremonial algo pretencioso de la Ciudad de la Luz, que llama a las cosas por su nombre y que no le tiene miedo a nada. Su historia personal -la muerte de su hija Xana a los seis años- lo tiene vacunado contra cualquier pretencioso, y puedo asegurar que el lujo de la capital del lujo se la trae al fresco. Los franceses lo adoran por su malhumor y su franqueza. No están acostumbrados. Tras el fiasco de los años pasados, gane o pierda, el PSG ha encontrado la horma de su zapato y se ha rendido a sus pies. Gane o pierda, Luis Enrique ya tiene una nueva ‘orejuda’.

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