'Fue el 11-S de Tarragona'

El 12 de junio de 1987, ETA atentó contra el rack. No hubo víctimas pero sí pánico. La Hemeroteca Municipal ha recogido testimonios sobre aquella noche. El ‘Diari’ ha seleccionado una veintena

11 junio 2017 14:55 | Actualizado a 21 noviembre 2017 19:42
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

 ‘Tarragona está ardiendo’
Robert: «Estaba durmiendo y me despertaron los gritos de mi padre, que había llegado de una cena con sus compañeros de curso universitario. ‘¡Tarragona está ardiendo!’ proclamaba mientras iba arriba y abajo por el pasillo.
Subimos a la azotea del edificio. Era un observatorio magnífico para ver, ahora sí, las dimensiones de las llamaradas, impresionantes. Allí se había reunido un buen número de vecinos, muchos de los cuales trabajaban en el complejo petroquímico.
El contraste con la caravana que las luces de los coches dibujaban en la carretera del Pont d’Armentera era evidente. Todo el mundo parecía huir, pero allí nos lo mirábamos con la tranquilidad que habían dibujado las explicaciones de quienes trabajaban y, conocían, de primera mano, las características del rack que había sido el objetivo del atentado».

 ‘Era la única que entraba en la ciudad’
Anna: «Aquella noche fui a celebrar el fin de curso en Cambrils con los profesores del INS Camp Clar, donde trabajaba entonces. De vuelta a casa se veía bastante gente en la carretera. Me acompañaron hasta el instituto, donde había dejado el coche, un Dyane 6, frente a la puerta del centro, situado hoy en la Rambla de Ponent. Me dirigí sola hacia la autovía de Reus, dirección Tarragona. Una imponente columna de fuego presidía la carretera.
Muchísima gente marchaba a pie en dirección a Reus  en las aceras. Algunos llevaban colchones en el cuello y bolsas con ropa. Una sensación extraña me invadía: iba contradirección y era la única persona que entraba en la ciudad. Enfilé el camino a casa. Tenía delante el fuego y, lo que más impresión me daba era pasar muy cerca de la CAMPSA. Sí, aquel depósito grandioso, ubicado en la rotonda antes de entrar en el puente del Francolí. Justo cuando pasaba por delante cerré los ojos y me dije: ‘si ahora peta, no lo cuento».


‘Fuimos 9 personas en un Seat 600’
Cristina: «Yo vivía en Campoclaro y el tremendo estruendo nos despertó. Por la ventana entraba el reflejo de las llamas y al asomarnos vimos la dimensión de las mismas. Fue realmente espantoso y el susto jamás lo olvidaremos. En mi casa no teníamos vehículo, por lo que un vecino que tenía un 600 nos dijo que nos fuésemos con su familia. Todos juntos, 9 personas en su coche. Ya os podéis imaginar la imagen».

‘Durante un tiempo sufrí pesadillas’
Pilar: «Mi hija de cinco años estaba durmiendo y no sabía si despertarla o no simplemente para tenerla en mis brazos si pasaba algo. Teníamos miedo, pero al final pensé que, si tenía que pasar algo, mejor que ella no notase nuestro nerviosismo. Nos fuimos a la cama de madrugada cuando hacía un rato que habían dicho que estaba controlado y que ya no había peligro. Estuve algún tiempo con pesadillas. Soñaba que una bola de fuego venía de frente. Es casi normal por el mal rato que esa noche pasamos muchos, ¿verdad ?».

‘Mi madre llevaba todas las joyas’
Isabel: «Se oían sirenas. Desde la terraza se veía a la gente correr, algunos en pijama, con zapatillas, maletas y bolsas, y coches en movimiento. Desde la serenidad dije que no me movía de casa, ya que si tenía que pasar cualquier cosa era igual que huyésemos. Fuese por contaminación o bomba, mejor morir en casa que atrapados en la carretera. Al final nos reunimos en casa toda la familia. Por mi parte, mi madre y mis dos hermanos con el perrito. Mi madre llevaba todas las joyas. Si acaso pasaba algo y lo perdíamos todo, podríamos vender las joyas y tendríamos comida,  (cosas de mayores que pasaron hambre en la guerra)».

‘¿No dicen que hay otra vida...?’
M. Joana: «Mi esposo trabajaba en una empresa eléctrica y una de sus responsabilidades era la de facilitar el suministro eléctrico a toda la ciudad. En medio de la situación tan caótica mi marido me dijo ‘yo no me puedo marchar, imagínate que con todo este caos, ahora se va la luz’. La decisión era difícil. Por un lado, carreteras colapsadas. Por otro lado, si nos íbamos mi esposo se quedaría. ¿Llegaremos al pueblo? ¿Qué pasará por el camino? ¿Y si las explosiones se suceden? Mis padres me apresuraban a irnos. Entonces intervino nuestro hijo de 9 años: ‘¿No dicen que hay otra vida? Pues vamos a dormir que en todo caso mañana ya nos encontraremos’. Vimos que la situación era muy grave ya que un niño espera siempre que sus padres le resuelvan los problemas. En ese momento aceptamos como la solución más sencilla la que él apuntó».

 ‘Hicimos guardia con armamento real’
Óscar: «Estaba haciendo el servicio militar en el cuartel de Tarragona Badajoz 26. Era una noche tranquila con mucho calor y por el cuartel todo normal, las guardias de siempre y el resto de tropa durmiendo en el cuartel.
De repente, tocaron ‘generala’ y nos hicieron formar a todos en el patio. No recuerdo qué hora era pero sí recuerdo el sonido por megafonía del cuartel para formar todos en el patio lo antes posible. 
Una vez pasada revista por el oficial de guardia, doblaron la guardia con armamento real, (normalmente la primera bala del cargador era de fogueo), pero las órdenes fueron muy claras: sacar la bala de fogueo y doblar la guardia. Evidentemente esa noche no durmió nadie».

‘Es como el 11-S de Tarragona’
Ana: «Casualmente mi anterior trabajo habia sido en Enpetrol y sabía perfectamente donde se situaba el rack de conductos de hidrocarburos. Al ver la magnitud del accidente, bajé corriendo al parking, subí al coche y creo que fui de las primeras personas que abandonó, sin pensar en más, la ciudad, ya que me encontré vacía la Nacional 340 dirección  Barcelona. Llegué hasta allí y fui a casa de unos amigos. El resplandor alcanzaba a verse desde Vilafranca. Nunca lo olvidaré, es como el 11-S de Tarragona».

 ‘Recordaba Chernobil’
Esther: «La visión era dantesca. Nunca quisiera volver a ver algo así. Yo les decía a mis hijas que se taparan la boca, que no respiraran aquel aire que quemaba (me recordaba a Chernobil), pero la pequeña lloraba diciendo: ‘Mamá, si no respiro me ahogaré’. Finalmente las recogí a las dos y bajamos las escaleras, pero al subir al coche (un Seat Panda rojo), vi horrorizada que no tenía gasolina. Y entonces juré, al estilo de ‘Lo que el viento se llevó’, que nunca, nunca más, dejaría el coche sin gasolina (cosa que no he cumplido).
Por casualidad vi el coche de mis padres y con mis dos hijas nos montamos en el coche de los abuelos, nerviosos y asustados como nunca. Una vez que llegamos a la altura de la Platja Llarga pusimos la radio y oímos a Vicente, entonces gobernador civil y conocido nuestro, que decía a la gente que no huyera, que los humos no eran tóxicos, pero yo, sinceramente, no le creí. ¿Qué podía decir un gobernador civil en aquellas circunstancias? Yo sólo recordaba que en Chernóbil las autoridades no habían dicho nada de nada. Mi padre conducía tan nervioso que medio nos caímos a un lado de la carretera. Le hice parar y conduje yo».

‘No nos enteramos de nada’
Maite: «La noche del atentado de Enpetrol, Marcel y yo dormíamos plácidamente. En la Baixada de Toro no nos enteramos de nada. Nadie nos llamó, lo que siempre hemos agradecido, y nos ahorramos posibles situaciones de pánico. De hecho, empecé a saber que había pasado algo a las 7 de la mañana del día siguiente, cuando bajé a entrenar al gimnasio. El gimnasio estaba inusualmente vacío y las máquinas, paradas. La voz que salía de un transistor me puso al día. En el Institut Pons d’Icart, donde trabajaba y todavía trabajo, se oyeron historias de todos los estilos».

 ‘Fue como una aventura en familia’
Humberto: «Yo tenía 6 años. Mis padres me envolvieron en mi manta y nos fuimos al coche. Veía un cielo nocturno apocalíptico y la carretera llena de coches, pero mis padres me tranquilizaron. Cuando ya estaba despierto durante el viaje viendo todo el movimiento, en mi visión de niño, fue una noche muy especial y al fin y al cabo, una aventura en familia. La radio puesta, la caravana de coches interminable y en realidad sin saber hacia dónde tirar. Creo que llegamos hasta el Coll de Lilla. Cuando todo estaba bajo control volvimos a casa, a Sant Salvador. Las vistas desde la carretera de allí, volviendo al barrio de madrugada, no se me olvidarán: aquel ‘Nueva York’ de luces y la enorme nube anaranjada quedarán para siempre en mi recuerdo. Todavía la recordamos como la ‘noche de la nube roja’.

 ‘Cogí mi gato’
Mertxe: «Cuando oímos el ruido mi padre enseguida exclamó ‘¡ha explotado la fábrica!’. Corrimos a la azotea. Recuerdo ver una gran llamarada. Mi padre dijo: ‘coged lo imprescindible’ y mi madre cogió las libretas del banco y yo mi gato.
Al día siguiente a las siete, fuimos hacia la Laboral ya que mi padre trabajaba allí (...) Poco después estábamos junto con el director de la laboral recogiendo todas las cosas que los alumnos habían perdido mientras corrían desesperados hacia la playa dirección a La Pineda. Recuerdo la laboral desolada, parecía ‘Mecanoscrit del segon origen’, sin un alma, con un montón de objetos perdidos por el suelo. Recuerdo recoger muchas zapatillas, jerseys, alguna maleta, calcetines...

 ‘He pasado dos sustos’
María Jesús: «Cuando ya pasó el peligro volvimos a nuestras casas a la mañana siguiente con un gran susto en el cuerpo y dando gracias a Dios de que estábamos vivos porque si aquello revienta no quedamos ninguno. Por desgracia yo he pasado dos sustos por culpa de los terroristas. Este el primero y el segundo cuando cogieron a un comando en Torrenova:  de madrugada oír correr por los tejados, ver a los GEOS tirarse con cuerdas y pasar por tus ventanas, que los GEOS te digan ‘métase en casa y no salga’».

 ‘Mi madre estaba asustada por mi padre’
Marga: «Yo estaba en Barcelona. Mi padre trabajaba para Enpetrol en aquellos momentos. Me asusté. Llamé a casa y no había manera de que me cogiese el teléfono ni mis padres ni ningún familiar. Finalmente, pude hablar con mi madre al día siguiente y me dijo que mi padre había estado toda la noche trabajando, que no había habido ningún muerto, que los vecinos se habían marchado y que ella y mi hermano habían estado casi toda la noche en la azotea mirando el fuego y pensando en mi padre. Los vecinos les dijeron que se fueran con ellos, pero mi madre no quiso. Estaba asustada y preocupada por mi padre».

 ‘Nos fuimos a dormir’
Miguel: «¿Qué hice? Dormir como un lirón. Alguien llamó por teléfono diciendo que la gente salía en coches de la ciudad. Mi familia decidió que ya nos ocuparíamos del holocausto por la mañana y nos fuimos a dormir. Fin».

‘Estaba cagada’
Sandra: «Estaba estudiando para la selectividad en casa. Mi padre estaba trabajando fuera aquellos días y mi hermana estaba de colonias. Acurrucada junto a  mi madre y cagada de miedo, ambas abrazadas en la cama grande escuchando la radio, recuerdo perfectamente la voz de mi madre diciendo que al menos mi padre y mi hermana se salvarían. Nos planteamos coger el coche e ir a Prades, pero pensamos que tampoco serviría de mucho. Finalmente decidimos quedarnos en casa. ¡Uf, qué noche!.

'Era difícil tranquilizar a nadie'

No solamente los ciudadanos que huyeron o que decidieron permanecer en sus casas han aportado testimonios. También bomberos y personal de Enpetrol. Es el caso de Antonio Teruel: «Los que estuvimos trabajando esa noche en el pantalán de Empetrol nunca olvidaremos lo mal que lo pasamos. Yo estaba de vigilante en el pantalán y fui el que hizo la primera llamada a Protección Civil y a Renfe ya que las vías del tren estaban destrozadas».
Sigue Antonio: «Después llamé a mi familia para tranquilizarla, pero con las llamas que se veían a varios kilómetros era difícil tranquilizar a nadie. Y más sin saber cuándo podría terminar el servicio ya que los relevos tampoco podrían acceder al pantalán».
Como bien recuerda Antonio, aquella noche fue caótica: «A los pocos minutos de la explosión se cortaron todos los teléfonos. Sólo me podía comunicar con la refinería y seguridad de Empetrol por emisora. Centenares de estudiantes de la Universidad Laboral se dirigieron hacia La Pineda por la playa y campo a través sin saber muy bien dónde ir para salir del peligro».
«Entré de servicio a las diez de la noche, dos horas antes de la explosión, y no pude volver a casa hasta las 5 de la tarde del día siguiente. Esa misma noche volví a las 10 al pantalán y el rack seguía ardiendo», concluye.

''Estábamos trabajando en el infierno'
Más duro es el recuerdo de José Luis, uno de los bomberos que lucharon de modo heroico contra las inmensas llamas: «El calor que sufrimos fue el verdadero enemigo con el que tuvimos que luchar. Los camiones ardían, las suelas de las botas se fundían, los chaquetones también se fundían en cuanto dejábamos de mojarlos. En una palabra estábamos trabajando en el infierno y dependíamos sólo del agua de la manguera del compañero que nos enfriaba».
«La situación era muy delicada y pese a no saber del todo lo que teníamos que hacer con aquel monstruo de incendio, no tuvimos miedo y llegamos en cuestión de un par de minutos cerca del fuego. Comenzamos a estirar las mangueras. Haciendo una piña todos hicimos  aquello para lo que estábamos entrenados: apagar fuegos», relata José Luis.
«Después de unas horas interminables llegó la madrugada y las condiciones mejoraron. Además con la luz del día llegaba la esperanza de conseguir controlar el fuego y también nos llegaba el relevo», añade el bombero.
«A pesar de estar mojados, cansados y con la chaqueta medio quemada, estábamos contentos. Por fin podíamos ir al parque a comer algo, lavarnos, descansar y saber alguna noticia de nuestras familias», explica José Luis, antes de concluir, con toda la razón, que «ese descanso era merecido».

Comentarios
Multimedia Diari