<iframe src="https://www.googletagmanager.com/ns.html?id=GTM-THKVV39" height="0" width="0" style="display:none;visibility:hidden">
Whatsapp Diari de Tarragona

Para seguir toda la actualidad desde Tarragona, únete al Diari
Diari
Comercial
Nota Legal
  • Síguenos en:

Agus Farré, el cuentacuentos DO Tarragona

Este narrador y escritor de 62 años lleva más de 30 cautivando a pequeños y mayores con sus relatos orales. Empezó con las ‘contades’ en el Bar Candil, fue locutor de radio en programas míticos y ahora, entre sesiones para niños en bibliotecas, participa en la Conteclada de Santa Tecla y elabora textos para Tarraco Viva

27 agosto 2023 07:00 | Actualizado a 27 agosto 2023 20:00
Se lee en 3 minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
0
Comparte en:

Dice Agus Farré que los cuentos no sirven para dormir sino para despertar. «Me gusta trascender de lo lúdico, buscar una enseñanza, una reflexión, algo de crítica», reconoce este experto en recreaciones y moralejas. Es el narrador por excelencia en Tarragona desde hace más de 30 años; desde aquel movimiento que surgió en la bohemia del bar Candil, en la Plaça de la Font, con ‘contades’ para público adulto, a la infinidad de sesiones para niños y jóvenes, en bibliotecas y centros cívicos.

Nadie domina el arte de contar como Agus, con sus recursos, los silencios, el suspense, las marionetas como complemento, la guitarra para una canción. «Desde muy pequeño me encantaba fabular. Recuerdo una anécdota. En casa mi madre preguntó quién se había comido la mermelada. Me inventé una historia. Vi que se me daba bastante bien la fantasía y la imaginación», rememora.

Agus, el mayor de cinco hermanos, ya llamaba la atención en las reuniones familiares, sus primeros auditorios a los que embelesaba con la palabra: «Ya explicaba historias a la familia. Creo que lo que más me gustaba era ver a la gente atenta, que te miraba».

Los libros hicieron el resto. «Leía hasta comiendo, a todas horas. Aquello alimentó el tema de inventar. También escribo y disfruto mucho», cuenta. Del Libro de la Selva a Ivanhoe, pasando por Verne, y cualquier clásico de aventuras que devoraba de adolescente. En aquellos años de formación descubrió un autor clave como fue Álvaro de Laiglesia, escritor en la línea de nombres como Miguel Mihura: «Me gustaba su humor punzante. Siempre pensé que me dio muchos de los mimbres que he tenido para crear o transmitir».

«Los cuentos son reminiscencias de rituales para que la gente sepa cómo sobrevivir. Es la tribu y el chamán que alerta»

Farré detecta un momento de inflexión, casi una epifanía que le hizo ver que quería dedicarse a esto. «Acudí a un festival de cuentacuentos en Guadalajara hace más de 30 años», relata. Allí leyó un relato propio, La Balena Tula, un cuento largo que ya empezaba a definir su estilo cuando, además de interpretar frente a niños o mayores, coge el lápiz para escribir. «Me gusta mucho el surrealismo, las cosas extrañas, el tono Black Mirror, ir más allá de la realidad, girarla. Se ve en los cuentos clásicos. En Caperucita un lobo que habla ya es surrealista», dice.

Las cosas extraordinarias

¿Qué debe tener una historia para seducir? «Creo que los cuentos que tienen más éxito, a partir de los seis años, son aquellos que ya pueden ser un poco más espesos, en los que pasan cosas extraordinarias, que no entiendes muy bien. Pienso en Piel de asno o El gato con botas. Tú realmente como niño no estás comprendiendo nada en absoluto, pero te quedas fascinado».

Luego está la intriga, la expectativa, y la virtud de saber manejar la magia de la oralidad, de colocar bien una pausa, de subir el ritmo o bajarlo, y de cautivar tanto al niño que escucha como al padre que lo ve todo en un segundo plano. «Agradezco mucho cualquier comentario, de un niño o de un padre. Es gasolina para mí. Cuando me dicen que se nota que lo vivo o que he nacido para hacer esto... es valioso para mí». Luego está la destilación de la moral, el poso aleccionador de cada narración. En El Drac que no podia volar, otra obra propia, «hablo más para padres y madres, va sobre hacerse mayor y vengo a decir que no hay que correr con la crianza de los niños, que todo llega. Otra cosa importante es que el que escucha se pueda reconocer en los personajes y piense: ‘¿Me podría pasar a mí?’ ‘¿Podría yo ser el bueno de esta historia?’ ‘¿O el malo?’».

Cuando Caperucita acaba mal

Ninguna de estas fábulas es banal o casual. A Agus le gustan los cuentos que acaban mal porque son reales, como cuando el lobo se come a Caperucita, un desenlace trufado de lecciones que hablan de estar alerta, de vigilar. O como esa historia que escribió inspirado por el 11-S. Un hombre se sube a un avión y se sienta al lado de una mujer espectacular, pero ella no le hace caso. Se celebra una partida de bingo en el viaje y gana él, pero se indigna cuando ve cuál es el premio: lanzarse en paracaídas. Él se enfada porque piensa que no tiene sentido, que es injusto. No quiere tirarse, al final la chica le llega a dar un beso, el hombre acaba saltando y justo en ese instante ve que ese vuelo se dirige a estrellarse contra las Torres Gemelas.

De pequeño ya fabulaba en casa, con su familia. El surrealismo y el humor nutren su obra propia

«En los cuentos hablo de mi vida, exagerando, poniendo gotas de lo que me gusta, pero también de mis frustraciones, de mis fracasos. Siempre hay un poco de verdad», confiesa Agus. También despacha una pizca de humor: «Me gusta colar alguna astracanada».

Tanto esa literatura más moderna que puede acuñar él, como los clásicos, tienen algo en común, ese sondeo del ser humano, esa explicación de los resortes vitales: «Los cuentos, en el fondo, son reminiscencias de rituales para explicar a la gente qué tiene que hacer para sobrevivir. Es la tribu y el chamán que alertan, como el aviso en Altafulla de que había brujas, cuando en realidad lo que había eran contrabandistas, que también eran un riesgo para la población».

Agus sigue explorando el cuento, ya sea como reseña atávica, en formato moderno o a través de la mitología que le explica a alguno de sus tres hijos. «El mayor tiene 17. Hasta hace poco me pedía cuentos. Es uno de mis orgullos. He aprendido mucho de ellos». Ahora está sumergido en clásicos romanos para escribir parte de los textos de la próxima Tarraco Viva.

Comentarios
Multimedia Diari