El síndrome de Diógenes tarraconense

El defecto. Tarragona tiene la manía de acumular instalaciones o infraestructuras que luego deja morir por falta de mantenimiento

11 julio 2021 14:00 | Actualizado a 11 julio 2021 14:13
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Dicen los manuales de psicología que el síndrome de Diógenes es «un trastorno del comportamiento que suele darse en las personas mayores de 65 años y que se caracteriza principalmente por la acumulación de objetos, desperdicios y basura en la propia casa». Pues bien, algunos mandatarios de Tarragona, independientemente de su edad, no acumulan basura, pero sí son adeptos a asumir la gestión de equipamientos, generalmente pagados por otras administraciones, sin calcular lo que costará mantenerlos. Y así pasa lo que pasa: que están abandonados o hay que retirarlos. Un síndrome de Diógenes a la tarraconense.

El listado de edificios que se van pudriendo o siguen sin uso es largo en Tarragona y afecta a todas las instituciones: la Tabacalera, la exsede del Banco de España, la plataforma del Miracle, el Fortí de la Reina, el antiguo sanatorio Casablanca, la Ciutat Residencial, el preventorio de la Savinosa... Sin olvidar el mayúsculo escándalo del parking Jaume I.

Algunos de esos equipamientos parece que tienen futuro, pero poco a poco, sin prisas, no vaya a ser que se cansen los respectivos responsables, que gestionar estresa. Siempre queda el recurso fácil de echar la culpa al otro o la excusa de buscar el consenso. ¿Consenso en Tarragona? ¿En serio?

Si el movimiento Slow Food surgió en Italia, Tarragona debería registrar como copyright la slow politics (política lenta). Somos los reyes de la gestión caracol. Y de malgastar el dinero del ciudadano sin que el político de turno asuma responsabilidad alguna por su nefasta gestión. Lo de la «herencia recibida» es un mantra muy pelacanyes.

El caso de cada uno de los equipamientos mencionados es una vergüenza, pero hay uno especialmente flagrante: el jardín vertical que ensuciaba la fachada de la Tabacalera hasta que se retiró, cuatro años después y con 3,3 millones de euros desperdiciados.

23 de mayo de 2012. Decenas de personas asisten al estreno del jardín vertical más grande de Europa. Se ha instalado en la antigua Tabacalera. Son 3.200 metros cuadrados de zona verde en altura. Incluye una pantalla gigante de 100 metros cuadrados.

El alcalde del momento, Josep Fèlix Ballesteros, ha empleado 3,3 millones de euros del Fondo Estatal para la Ocupación y la Sostenibilidad, habilitado por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE), para ponerse la medalla de la ecología.

En teoría un sistema smart («inteligente») debía permitir ahorrar 26.000 litros diarios del agua necesaria para regar la macroinstalación vegetal. Una de dos: o el sistema era tan inteligente que se ahorró muchísima más agua de la prevista, o la inteligencia se le quedó en algún rincón. El hecho es que la vegetación se fue secando y la zona vegetal inicial se convirtió en un nido de suciedad, humedad y putrefacción.

Meses después de su estreno, pasear junto al jardín vertical encogía el corazón por su pésimo estado, hacía arrugar la nariz por su pestilencia e indignaba: ¿cómo se gastan 3,3 millones sin prever el alto coste del mantenimiento? El dinero no salió de las arcas municipales, vale, pero son fondos públicos, es decir, pagados por todos los ciudadanos. Se podrían haber destinado a otros asuntos, quizá menos ‘smart’, pero mucho más necesarios.

El estado del jardín vertical se fue degradando hasta que a finales de 2020 se retiraron completamente la estructura de metal, los hierbajos y la pantalla apenas utilizada. Los trabajos de desmontaje costaron 20.000 euros.

Otro tristísimo caso de falta de mantenimiento es el de la plataforma del Miracle. Más allá de que guste o no ese enorme mamotreto de cemento, es una (otra) vergüenza que la parte superior languidezca sin utilidad alguna.

Las escaleras de acceso desde la zona de aparcamiento a la superior están tapiadas, pero una rampa permite subir sin problemas porque la valla que debería impedir el acceso está doblada. Un cartel advierte: «Prohibit el pas. Ferm inestable. Perill de caiguda». ¿El consistorio no es capaz ni de instalar una valla en condiciones?

En el desolado suelo de cemento conviven hierbajos, botellas de cristal rotas, cartones, corchos, papeles, basura, vasos de plástico, pintadas (una de ellas con tintes ‘poéticos’: «se vende humano»)... con un solitario colchón tapado por una manta.

El Ministerio de Medio Ambiente edificó el mamotreto entre 2000 y 2001 en el marco de la construcción del paseo del Miracle. Fue inaugurado entre protestas de la Plataforma en Defensa de l’Ebre contra el Plan Hidrológico Nacional y vecinos de Camp Clar contra la instalación de un molino de áridos frente al barrio. Los protagonistas: el entonces alcalde, Joan Miquel Nadal; y Jaume Matas, ministro de Medio Ambiente en el Gobierno de Aznar.

Como no podía ser de otra manera, no hubo mantenimiento y el consistorio cerró la plataforma en julio de 2013 «por problemas de seguridad». En diciembre de 2014 el pleno municipal aprobó derribarla. Pagando otra administración, claro. No hubo derribo.

El mantenimiento correspondía al Ayuntamiento, según un convenio firmado el 24 de octubre de 1995, entre el consistorio y la Dirección General de Costas.

El sucesor de Nadal, Ballesteros, quería instalar un «ecoparque de energías renovables» y un chiringuito protegido del sol por una pérgola. Para el actual alcalde, Pau Ricomà, la plataforma no es prioritaria. No hará nada. Todo sigue igual en la Plaça de la Font.

La plataforma costó 8,4 millones en 2001. Ahora solo sirve para albergar botellones y dar sombra a los coches aparcados debajo. Al menos podemos ‘presumir’ de algo: la sombra más cara del mundo está en Tarragona.

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