El gran golpe de ETA en Tarragona: «Las piernas me temblaban de miedo sin poder controlarlas»

El atentado contra el rack de Enpetrol, ahora Repsol, en junio de 1987 no causó víctimas, pero sí cuantiosos daños materiales y, sobre todo, pánico

03 mayo 2018 15:29 | Actualizado a 03 mayo 2018 15:52
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Fue, posiblemente, la peor noche que ha pasado Tarragona. Aunque ha sufrido otras tragedias, como inundaciones o accidentes ferroviarios, el atentado contra el rack la medianoche del 11 de junio de 1987 suscitó tal pánico que cerca de 25.000 personas huyeron a toda prisa, en pijama y con coches sobrecargados. 

La banda terrorista había colocado sendas bombas en el haz de tuberías de Enpetrol (hoy Repsol). Por suerte no se produjeron heridos y, pese al caos de los primeros momentos, se pudo evitar una tragedia mayor. Los daños materiales fueron cuantiosos y, como en una especie de catarsis, de «no nos vaya a pasar otra vez», las medidas de seguridad se mejoraron. Tres años después, el Grapo emuló a ETA pero su acción fracasó estrepitosamente.

Los dos etarras que colocaron los explosivos, Josefa Mercedes Ernaga y Domingo Troitiño, ya están libres. Ernaga salió de la cárcel el 17 de diciembre de 2014 tras cumplir una pena de 27 años de prisión. Troitiño fue liberado el 8 de noviembre de 2013 tras 26 años entre rejas. La primera había sido sentenciada a 951 años y Troitiño a 1.118.

Cualquier tarraconense de cierta edad recuerda donde estaba y qué hizo «la noche del rack». Como, por ejemplo, Francisca Herrera: «De pronto pensé en los posibles gases tóxicos y las piernas me comenzaron a temblar sin poder controlarlas, aquello que se ve en los dibujos animados para indicar miedo y que jamás me ha vuelto a pasar», rememora.

Sigue Francisca: «Nosotros sacamos a los niños de la cama y, tal como estaban, salimos a la calle. En la entrada del edificio encontramos a una familia, cuyo padre trabajaba en una química del polígono. Ya le habían avisado para que acudiera a la empresa y antes de acudir a su puesto de trabajo  llevaba a su familia a casa de unos familiares en un pueblo cercano. La esposa de este señor lloraba como si pensara que jamás iba a volver a ver a su marido. Nosotros fuimos de los primeros en salir de la ciudad ya que aún no había apenas tráfico ni en las calles, ni en la carretera».

El de Francisca es uno de los testimonios que ha ido recogiendo desde principios del año pasado la Biblioteca Hemeroteca Municipal de Tarragona (BHMT) con motivo del 30 aniversario del atentado. 
Una estudiante de la Laboral, Neus Verdaguer, explica que se había acabado el curso y que la noche de la explosión era la última en la residencia antes de volver a casa. Tras la deflagración, salió corriendo hacia la playa. Allí se encontró con «gente llorando, desorientados, asustados. Nadie sabía nada, ni qué teníamos que hacer ni hasta dónde correr».

A Esther Forgas la alertó su cuñada: «Me dijo que me fuese deprisa, que Tarragona explotaría tal como era el incendio que ella veía desde su casa. Desperté a mis hijas, les puse cualquier cosa encima y bajamos a la Rambla. La visión desde el Balcó era dantesca. Nunca querría volver a ver una cosa así».

Forgas cogió el coche, pese a que apenas le quedaba gasolina y salió dirección Barcelona por la Via Augusta: «Los coches estaban parados, sin poder avanzar y lo que vi ese día no se me olvidará: coches con el portamaletas abierto con criaturas dentro, otro con una  persona mayor sentada en el portamaletas y las piernas colgando. Todo el mundo estaba intentando llegar a la Via Augusta. En ese momento supe que estábamos viviendo un posible tragedia».

Natalia Gonzalvo, que entonces tenía solo doce años, rescata un emotivo detalle: «Mis padres decidieron marcharse, no sin antes pasar a recoger a mi abuela que vivía en la Part Alta. Pobre mujer. La recuerdo asustada, desorientada y angustiada por haberse dejado el canario en casa. Cada uno reaccionó como pudo».

Marga Delavall fue, por contra, de las que se quedó en casa, pese al miedo, al terror, que pasó: «Recuerdo riadas de personas marchándose de casa, algunos con pijama o lo que llevaran, maletas, críos... Era simplemente horroroso. Me temblaban las piernas y empecé a llorar y rezar. Tenía miedo de morir».

Testimonios
El año pasado, con motivo del 30 aniversario del atentado del rack, la Bibliote-ca Hemeroteca Municipal de Tarragona colgó en su web numerosos testimonios. Merece la pena leerlos 

Marga: «Mi padre decidió que no nos marcháramos porque si iba a peor tanto daba estar en casa como en medio de una carretera. Intentamos mantener la calma como buenamente pudimos. Me tranquilicé un poco al cabo de no sé cuanto tiempo al ver que el  camión de la basura hacía su trabajo. Horas mas tarde pasó la policía con los altavoces pidiendo calma e invitando a la gente a quedarse en casa. Durante mucho tiempo cada vez que oía un ruido un poco fuerte (una moto, una puerta) me sobresaltaba».

El del rack fue el atentado más espectacular que sufrió Tarragona, pero hubo una quincena más. Como el del 20 de julio de 1996, cuando una bomba estalló en una papelera del aeropuerto de Reus, en una terminal repleta de turistas británicos a los que no había dado tiempo de desalojar. Hubo una treintena de heridos.
El 18 de agosto de 2001, un coche bomba cargado con 50 kilos de dinamita estalló ante el Hotel Cala Font, en Salou. 750 turistas tuvieron que ser desalojados. No hubo heridos.

Las Terres de l’Ebre también fueron objetivo etarra. El 23 de noviembre de 1990 un coche bomba explotó ante el cuartel de la Guardia Civil en Sant Carles de la Ràpita. No hubo víctimas.

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