Tarragona se aferra aún a la mascarilla

Los rostros cubiertos mandaban en el primer día en que el tapabocas no es obligatorio al aire libre. «No tengo prisa por quitármela», dicen muchos, cautelosos y precavidos. La pieza sigue dando seguridad

10 febrero 2022 19:00 | Actualizado a 12 febrero 2022 19:06
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A las 9 de la mañana por la Avinguda Roma

Desde mi casa al trabajo camino siete minutos y me topo con 30 personas. 17 llevan mascarilla y 13 no, incluyendo algún fumador y el gesto que será común en estos días: salir de la oficina, guardarse el trapo y andar sin él. El experimento no es científico, pero perfila una tesis que se corrobora en la cola para la Seguridad Social en la Avinguda Roma, al aire libre en la calle: cinco personas, tres con mascarilla, dos sin. Sin hacer mucho caso a las proporciones, el primer día de la mascarilla recomendada pero no obligatoria deja entrever la cautela de la población y una frase recurrente: «No tengo prisa por dejar de usarla».

Experimento en Lluís Companys

A las 10.15 horas, nuevo experimento en la Rambla Lluís Companys, otro sitio amplio y sin aglomeraciones. Esperamos a que pasen 20 peatones. De ellos, 13 llevan (el 65% del total) y siete no. Y cerca de allí, otra prueba de una cola de espera. Seis personas aguardan turno para el Registro Civil. Todas llevan el cubrebocas.

Rambla Nova: Teresa es cauta y no tiene prisa

«No pasa nada por esperar un poco más, no tengo prisa por quitármela, prefiero ser precavida después de todo lo que hemos pasado», admite Teresa, paseando por la Rambla Nova, cerca del Monument als castellers. Va junto a Dora, también con la mascarilla, aunque en su caso es más laxa desde hace tiempo: «Ahora la llevo por costumbre, también porque hace un poco de frío y parece que vayas más confortable. Pero por las tardes me la he ido quitando algunos días». Influye el hecho de que caminen juntas y prefieran protegerse recíprocamente, por mucho que estén en la calle.

El 75% la lleva en Corsini

Enfilamos los alrededores del Mercat Central y Plaça Corsini, donde la afluencia es mayor, los espacios más reducidos y el eventual riesgo algo más elevado. Volvemos a hacer el test: pasan 20 personas, 15 de ellas llevan mascarilla (el porcentaje se eleva al 75%, aunque nuestro estudio carezca de rigor estadístico) y cinco no. Vamos hacia otra calle más estrecha y notablemente concurrida a esta hora de la mañana: Canyelles. De 20 personas, 13 van con la tela, seis sin ella y una a medias, con la nariz descubierta. En la zona se ve una estampa ilustrativa y correctísima: una mujer mayor que lleva el carro va sin mascarilla pero se adentra en Corsini, con más muchedumbre, y se la pone.

Xavier, en la Rambla: «Lo hago por los demás»

«Lo hago por los demás sobre todo. No puede ser que nos la quitemos de la noche al día, no puede cambiar tanto. ¿Y si después a los 15 días todo vuelve a empeorar? La voy a llevar unos dos meses más», concede Xavier, en la Rambla Nova, a la altura de Teresianes. Allí dialoga con Sílvia, que ha salido del trabajo y ha aprovechado un tramo sin gente para quitarse la mascarilla. «Me la voy quitando y poniendo en función de la zona o el espacio en el que estoy o dependiendo de la gente que haya», dice la chica. El adiós a la obligatoriedad no modifica los planes de muchos, que desde hace días o semanas, cuando la situación es segura, se despojan de la pieza.

A las 11 horas, en el trasiego de Comte de Rius

La peatonal Comte de Rius nos sirve como otro banco de pruebas para analizar el trasiego de gente. Ahí la ratio se equilibra algo (11 con, nueve sin) pero sigue habiendo una mayoría que prefiere no prescindir de su máscara quirúrgica o incluso de su FFP2.

Palabra de florista: «La mayoría llevan»

Quién mejor que Sefa Mohedano, propietaria de la Floristeria Romeu, en la Rambla Nova, para calibrar si realmente la gente sigue vinculada a la mascarilla. En su puesto de excepción ve pasar por la mañana a infinidad de personas: «La mayor parte de la gente la sigue llevando, sobre todo las personas mayores. Creo que la gente no tiene mucha prisa. El que ha sido cauto lo seguirá siendo y no se la va a quitar porque pueda hacerlo».

Virginia se la ha quitado por primera vez

Cerca de allí están Virginia y Joaquina sentadas en un banco. La primera de ellas, una aplicada vecina de Torreforta, dice que es el primer día que se quita la mascarilla al aire libre. «Nunca me ha importado llevarla y aquí la tengo en el bolso, para cuando me haga falta. Pero he visto en las noticias que ya no es obligatorio y por eso me la he quitado», dice. Joaquina tampoco la lleva, aunque en su caso la decisión no es de hoy. «Me la he ido quitando muchos días, cuando salía a la calle e iba sola, por ejemplo. Reconozco que me ha molestado mucho, que nunca como hasta ahora había tenido tanto dolor de cabeza», admite.

A las 12 h. en el mejor mirador del Avi Virgili

Pero si hay algún punto donde instalar nuestro observatorio privilegiado es en el banco del Avi Virgili, el personaje tarragoní por excelencia que ve pasar la vida y pulsa el pálpito de la ciudad. El termómetro del anciano sirve con una muestra algo más amplia: de las 30 primeras personas que pasan, 21 de ellas (un 70%) llevan mascarilla, las nueve restantes no.

Mujeres y mayores, con más miedo

El doctor y profesor de Sociología en la URV Àngel Belzunegui acaba de publicar, junto a otros autores, el estudio ‘Miedo y actitud hacia la infección por SARS-CoV-2’. Se refiere al confinamiento más duro de 2020 pero los resultados se pueden palpar en este paseo por la calle en el primer día sin máscara obligada a la intemperie. El informe apunta que «las personas mayores y las mujeres» sufren más miedo a la infección, igual que los perfiles que han tenido a algún contagiado en el entorno inmediato o las personas de «clase socieconómica más vulnerable».

La mascarilla manda en la Plaça de la Font

La dinámica se reproduce en otros lugares, como la Rambla Vella o la Plaça de la Font. Ahí va gente con la cara desnuda pero son más los que aún prefieren llevarla tapada, incluso personas jóvenes.

Relajación en el instituto

Otra cosa son algunos grupos. En las puertas de institutos o colegios, en los corrillos de alumnado la mayoría no la llevan o la portan bajada, mientras revisan apuntes. Muchachada que transita por Estanislau Figueres tampoco la luce. Otra prueba improvisada en esa vía la hacemos en un paso de cebra y un semáforo en rojo. Ocho personas esperan al verde, seis con mascarilla y dos sin ella.

Caras descubiertas en los recreos

También es el primer día que decae la obligatoriedad en los recreos. Ahí los rostros libres sí se imponen. «Ha sido un día un poco dual. La mayoría de los alumnos no la han llevado pero algunos sí, por costumbre o por cuestiones familiares, ya que pueden tener algún familiar vulnerable en casa», dice Jordi Satorra, director del Institut Martí i Franquès. En los patios sí que se han visto más caras, pero costará el regreso a la total normalidad: «Es un cambio de hábitos y tardaremos unos días en que se normalice. De todas formas, la mascarilla es algo voluntario, el que quiera llevarla lo puede hacer».

«Es un mínimo gesto»

José Antonio fue uno de los muchos ciudadanos que dudó por la mañana. «Lo he estado pensando antes de salir de casa y creo que lo más razonable es seguir con la mascarilla. Para mí es un mínimo gesto con el que contribuyo a la protección de los otros y no me cuesta», confiesa. Él, como otros, no se va a deshacer tan rápido de la protección: «Me he preguntado: ¿A quién le hace daño que yo lleve la mascarilla? Básicamente a mí, porque se me empañan las gafas, así que cuando yo crea que no me compense llevarla, me la quitaré, pero creo que es prematuro y pienso que la decisión de quitarla se ha tomado igual que la de ponerla, sin base científica, porque los políticos no han tenido mensajes realistas, han tratado a la población de forma inmadura».

Un objeto ya cotidiano

En la Plaça Imperial Tarraco, junto al carril bici, la proporción cambia hacia el final de la mañana en nuestra ruta. Ocho personas con mascarilla y 12 sin, pero el paisanaje general sigue siendo el mismo. Tarragona, por mucho que no se imponga, sigue aferrada a ese objeto cotidiano con el que convive desde 2020.

Una cuestión mental: «No renunciar a la seguridad»

Los psicólogos hablan del llamado ‘síndrome de la cara vacía’. Subyace, en todo caso, una cuestión mental. «La mascarilla da una supuesta seguridad y hay gente que no quiere renunciar a esa seguridad cuando la incertidumbre sigue siendo tan alta, porque las noticias varían a cada día», explica Jaume Descarrega, vocal del Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya, psicólogo en el Hospital Sant Joan de Reus y profesor en la URV. Descarrega detecta una actitud «en la que mucha gente está a la defensiva y prefiere esperar un poco para ver cómo están las cosas, se mantienen a la expectativa porque la inseguridad no se ha ido».

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