Opinión

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En la Europa medieval, monjes y obispos ocuparon cargos de responsabilidad por su fama de santidad, su celibato y su renuncia a los bienes mundanos. En la antigua Roma, los estoicos eran muy valorados como consejeros imperiales por su rechazo a la ambición personal. Y en el Imperio Bizantino, en los califatos Abasí y Otomano, o las dinastías chinas Ming y Tang, se empleaban eunucos para puestos de responsabilidad ya que, al no tener la posibilidad de tener hijos, se consideraba que tendrían menos interés en atesorar poder y riquezas.

La historia reciente de España está plagada de políticos a los que les pudo la avaricia. Son, a menudo, tesoreros o secretarios de organización de sus formaciones, o ministros y consejeros de fomento, industria o economía. Es decir, cargos en los que se necesita recaudar dinero, o cargos en los que se mueven cifras de muchos ceros. Es el caso de Luis Bárcenas, tesorero del PP, y la trama Gürtel; o de Carlos Navarro, tesorero del PSOE, y Filesa; o del 3% de Lluís Prenafeta –el gran conseguidor de Convergència– y Macià Alavedra, conseller de industria, de economía... Y, claro está, ahora Santos Cerdán y Jose Luis Ábalos. De nuevo, un encargado de las finanzas del partido y un ministro con gran implicación económica. Ojalá estos hombres hubieran sido un poco monjes, un poco estoicos y (escuchando las charlas entre Koldo y Ábalos), un poco eunucos.

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