Ardanza, un hombre de diálogo y de paz

Ayer recibí como una bofetada la noticia de la muerte de José Antonio Ardanza, el lehendakari que durante más tiempo estuvo al frente del gobierno vasco, desde 1985 hasta 1999. Tuve la suerte de conocerle cuando yo trabajaba para la Agencia Efe en Guipúzcoa.

No fueron tiempos fáciles, ni para los políticos vascos ni para los periodistas; eran los años de plomo, en los que la banda terrorista ETA mostró su cara más cruel. Ardanza, un gestor desconocido elegido por el PNV para afrontar la escisión provocada por la marcha de Garaikoetxea, supo imponer su moderación y su pragmatismo ante las voces más radicales de su partido e hizo del diálogo una forma de gobernar.

No tuvo reparos en formar coaliciones con los socialistas, unos pactos que supusieron un gran paso para el progreso del País Vasco, ni en impulsar la mesa de Ajuria Enea, el Acuerdo por la Pacificación y Normalización de Euskadi por el que se logró la unidad de acción entre todos los partidos democráticos contra el terrorismo, aislando a Herri Batasuna.

Personalmente, si bien no compartía la ideología de su partido y aunque mi conocimiento de su figura se circunscribió estrictamente al ámbito profesional, lo recuerdo como un hombre afable, con unos principios y unos valores sólidos que transmitía con convencimiento y cierto ardor pero sin tratar de imponer su verdad como si fuera la única, siempre con respeto.

Se podría estar más o menos de acuerdo con su gestión y seguramente sus gobiernos tuvieron luces y sombras, pero fue un hombre que supo estar y –no menos importante– supo ceder el paso cuando le tocó hacerlo, con un talante que se echa de menos en la clase política actual. Descansa en paz, José Antonio. Goian bego.