El legendario Moles de Bath, uno de los clubes de música en vivo más populares de las islas británicas, se condenó a la extinción al cabo de 45 años. The Cure tomó allí la alternativa y Oasis, Eurythmics y Radiohead, lo utilizaron como lanzadera, entre otros nombres ilustres.
No se trata de la única sala de música en directo mítica que ha cerrado puertas en los últimos meses. En Barcelona, la Sidecar modificó su formato de negocio después de 41 años de acontecimientos culturales con dos jornadas de actuaciones protagonizadas por grupos emblemáticos de la escena actual como Sidonie o Ladilla Rusa.
El adiós llega después de que el hasta ahora propietario, Roberto Tierz, concretara el traspaso del negocio. Se anunció este pasado mes de febrero. La supervivencia de las salas de conciertos en toda Europa resulta casi un imposible, el déficit se hace evidente. Las bandas, sobre todo las emergentes, no hallan espacios para exhibir su talento. Y en las salas han nacido las mejores formaciones de la historia.
El territorio no escapa de la tendencia general. Solo tres espacios especializados para los espectáculos musicales de pequeño y medio formato se mantienen entre la escasez. La Sala Zero de Tarragona y la RedStar de Valls ya cumplen una década repletas de salud, aunque «que nadie se crea que nos hacemos ricos. Sobrevivimos. Los inicios, para nosotros, fueron hasta ruinosos», recuerda Edu Ortega, uno de los socios de la RedStar. Desde hace un puñado de tiempo, el local vallense cuenta con una programación consolidada y cada semana ofrece la opción de disfrute con live music. «Empezamos de cero, mi socio hacía festivales y pensamos que Valls necesitaba un lugar para conciertos. Lo levantamos de la nada», añade.
La falta de cultura
En comparación con la cultura de música en directo que existe en Europa, Edu Ortega considera que en el territorio «la gente solo va a ver a los artistas que conoce. Esto en el extranjero no pasa. El público consume música en directo, le gusta descubrir nuevas bandas y encima pagando». Lágrimas de Sangre y Triquell ya se encuentran en el cartel que el recinto ha lanzado de cara al próximo otoño. Las sesiones de dejays distinguen las noches de la RedStar.
Algo similar ocurre con la Sala Zero, toda una seña de identidad cultural para Tarragona. Un hogar fetiche para los románticos del registro independiente, aunque con la mente abierta para otros estilos. «Cuantos más sitios de música en directo haya, mejor para todos. La oferta nos ayuda, aunque desgraciadamente no somos muchos», admite Ángel Lopera, su propietario.

Killing Machine, un tributo a Judas Priest, se ha convertido en el primer show diseñado para la nueva temporada. Concretamente para el 7 de septiembre. «Yo con la Zero tengo un idilio, es mi salvación para disfrutar de conciertos. Me gusta descubrir nuevos proyectos y me pilla al lado de casa», refleja Luis Alfonso, un melómano que invierte tiempo de ocio en saciar su apetito artístico.
«Entre las salas de la zona tenemos muy buen rollo, hay contacto y no solemos pisarnos», añade Ángel Lopera.
La competencia indirecta
Por otro lado, sí existe, según Lopera, un tipo de competencia indirecta que suele afectar a las salas; la del tejido público. «Tú programas una banda con un caché determinado y de repente la llaman para 80 fiestas mayores de pueblo, algunas gratuitas. Con ello, su caché se hincha y ya dejan de ser aptas para tocar en las salas. Creo que hay un problema de no colaboración entre Ayuntamientos y el pequeño tejido, que somos nosotros».

A ese lugar de la industria se añade en el territorio Lo Submarino, un referente en Reus, que ha apostado por dar un salto de calidad a su propuesta con una nueva ubicación. El proyecto dispone de una sala para 500 personas, además de otra para poco más de 200. Incluye locales de ensayo y estudio de grabación. Un vivero para generar creatividad y para eventos de quilates. Por ejemplo, los calafelleses Buhos, reclamos absolutos del pop cantado el catalán, se encargarán de inaugurar el proyecto el próximo 27 de septiembre. En el cartel que compone el ciclo de finales de año se encuentran también Porto Bello, Fetus o Xavi Sarrià.
Triunfa el mainstream
El difícil momento de las salas choca con el extraordinario presente de los shows mainstream. El gigante Live Nation confirmó el récord de recaudación en el 2023 gracias a las giras mundiales de Taylor Swift y Beyoncé. Ticketmaster vendió el año pasado 620 millones de entradas, un 13% más que el año anterior. Y la construcción de grandes recintos para más de 20.000 espectadores (como el Co-op Live de Manchester vive un momento especialmente boyante.
Las grandes superproducciones dominan la industria en la actualidad. Por España han pasado, no hace nada, Karol G, Bruce Springsteen o Taylor Swift, que han colgado el cartel de sold out en recintos majestuosos como el Bernabeú o el Estadi Lluís Companys, con capacidad para más de 50.000 espectadores. Mientras, un gran número de salas que han significado el inicio de la historia de las grandes figuras de la música mundial muere, los macro espectáculos baten récords económicos.