Andrea Toribio sobre el libro de Noelia Ramírez 'Nadie me esperaba aquí', el ensayo narrativo revelación de la temporada

La periodista Noelia Ramírez (Esplugas de Llobregat, 1982) firma un asombroso debut, Nadie me esperaba aquí, en Anagrama. Este texto es una espléndida fotografía del nivel que ha alcanzado el cultivo del ensayo narrativo en nuestra tradición hoy. Antes de seguir, conviene subrayar que se trata de un cauce muy sólido en otras historias de la literatura, como sucede en la norteamericana, y que tal vez la recepción última de textos tan influyentes como aquellos de Joan Didion, Eve Babitz o, más recientemente, Leslie Jamison han agitado, irremediablemente, la escritura de muchas de nuestras autoras; han actuado como un revulsivo, generando otra forma de enfrentarse a las ideas, de pensarlas. De darles un modo, dotarlas de un sentido.

Toda esta contextualización, perdónenme, resulta importante. Porque si bien este género híbrido se ha consolidado en la contemporaneidad como un vehículo eficiente y ágil para entrelazar la experiencia y la teoría, Ramírez añade un par de obstáculos más en su exploración literaria, que son el reverso de una búsqueda biográfica tan interesante como problemática. Este libro es la semblanza, por decirlo de alguna forma, de alguien que continuamente se pasará la vida calibrando qué hacer, cómo hacerlo, por qué y para quién. En primer lugar, nos topamos con un planteamiento mixto, el texto se escribe desde el feminismo, cuando este se encuentra en las horas más bajas posibles, así como desde la conciencia de clase. En segundo lugar, y fruto de esa sensación de profundo desclasamiento y carencias, asistimos a la confirmación del existir de una clase media algo privilegiada, en cuyo núcleo no existe otra salida posible a la precariedad afectiva y emocional que la lógica del trabajo. Noelia Ramírez se sumerge con valentía y mucha brillantez en el laberinto mismo de su propia vida, y nos habla de cómo sus padres llegan a Cataluña desde Ciudad Real en busca de un porvenir, de cómo las personas cuyos apellidos no disponen de ningún pedigrí se han convertido en una nueva suerte de status quo que, pese a haber “llegado”, signifique esto lo que signifique, siempre, siempre, siempre padecerán una sospecha propia, en forma de autovigilancia, así como de una sospecha ajena, muy cercana a la parodia o a la caricatura.

A lo largo del texto se esbozan lecturas muy sugestivas sobre lo que supone tener que desenvolverse inventándose, un poco, una personalidad (en según qué ambientes), tener que saberlo todo sobre todas las cosas (en según qué ambientes) para poder ser vistas, para ser visibles y, lo que es más importante, lo que significa para quienes “nos movemos por sitios que no nos pertenecen en el orden natural del sistema” participar del ‘sistema’ (en según qué ambientes). En este sentido, y como afirma la autora, “El problema de toda esta mística (…) es que de tanto querer explotarla una puede mutar en ser histriónico. Un chasquido caprichoso y pasas de la intrusa del desparpajo a ser vista como la payasa de turno, la bufona del reino”.