Tras el rostro de adolescente que desprende David Haro (L’Ametlla del Vallès, 1990) se esconde una timidez infinita. Su físico tampoco abunda. La anatomía de este enganche especial puede asociarse con la fragilidad, pero es mentira. Se refugia entre los gigantes marcadores y observa. Habla poco. Aniquila en silencio. En la absoluta discreción. Define con una destreza clínica.
Haro se apoya en el vértigo para sortear obstáculos, como especialista de la velocidad. Vive de la inteligencia, sobre todo para hallar resquicios en telarañas. Arranca y sus pasos evitan piernas malignas. Si encuentra espacios se asocia con el desequilibrio. Su punto de partida preferido se relaciona con la banda izquierda, sobre todo para dibujar diagonales sorpresa. La polivalencia y el espíritu de supervivencia le convierten también en el mejor socio para el delantero centro. David apareció por el Estadi este verano, aunque el idilio con el Reus se fraguó mucho antes. El teléfono ya sonó hace algo más de un año y el coqueteo alcanzó la intensidad de un lío de verano. La voz de Sergi Parés, el jefe de las operaciones en Can Reus, le resulta hasta familiar. Su número quedó registrado en la carpeta de favoritos.
Ese ligoteo no terminó en relación. David se acordó que en L’Hospitalet se mantenía como jefe de la pandilla Kiko Ramírez, un tipo esencial en su trayecto. Decidió renovar. Kiko exprimió su talento en la Feixa Llarga. Le ofreció refugio y máxima atención, consciente de su potencial. El míster no se equivocó. Le mimó y los registros del futbolista hablan; 26 goles en 72 partidos durante los dos últimos cursos. Un play off de ascenso a Segunda.
Kiko recuerda con frecuencia la sorprendente facilidad del pequeño mediapunta para el remate de cabeza. «Era tan listo que intuía antes que nadie. Me marcaba cuatro o cinco goles por año. Decidí incluirle como rematador en la estrategia». El entrenador tarraconense ya le vio virtudes en El Prat, el germen de la historia. Le quiso fichar para La Pobla, pero Jordi Vinyals se avanzó y le llevó a L’Hospitalet. Haro se hizo mayor en las entrañas de la Feixa Llarga, pero Ramírez jamás le perdió la pista. Lució con Miguel Álvarez en la 2011-12. Kiko lo firmó para el Nàstic poco después (2012-13). La aventura, eso sí, no fructificó para los dos. Salieron del club grana con un sabor amargo.
El regreso a casa le dio chance para reencontrarse. No esperó demasiado. El caprichoso destino le unió de nuevo a Kiko y el chico recuperó la sonrisa. El camino recobró sentido. Éste ha decidido parar en la estación Reus atraído por la propuesta ambiciosa del club. Haro parece haber caído de pie. Anotó, de cabeza por cierto, en su estreno liguero en casa, aunque este domingo no podrá pisar la Feixa Llarga con camiseta enemiga. Cumplirá castigo, por una doble amarilla muy rigurosa ante el Espanyol B. El juez le sentenció por cometer dos faltas.
Debilidad por sus abuelos
Emigrar a Reus no significa olvidar las raíces. Eso piensa David, que siente debilidad por sus abuelos, con los que ha vivido desde chico en L’Ametlla del Vallès, una localidad del norte de Barcelona. En el vestuario rojinegro se apoya en la experiencia de Moyano, con el que coincidió en la Feixa Llarga y con el que mantiene una relación estrecha. Del resto se encarga su fútbol supersónico. Sobre el pasto del Estadi, este futbolista con cara de niño ya ha enseñado privilegios.