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De nuevo, a un paso de la gloria

El fútbol vuelve a matar al Nàstic

Otra vez el Nàstic cayó a las puertas del ascenso: ganó 0-2, forzó la prórroga, rozó la gesta y murió en la orilla tras un penalti cruel en el segundo tiempo extra que le dio la gloria al Sanse

El jugador Migue Leal llora desconsolado tras el partido contra la Real Sociedad 'B'

El jugador Migue Leal llora desconsolado tras el partido contra la Real Sociedad 'B'Paula Montalvo

Juanfran Moreno

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Hay cosas que ni la inteligencia artificial puede explicar. El fútbol, por ejemplo. Tan puro que duele. Tan imprevisible que castiga sin lógica. Para el Sanse, fue una delicia. Para el Nàstic, un veneno. Justo un año después, el fútbol volvió a cerrarle al equipo grana las puertas del ascenso. Esta vez, Zubieta fue el escenario de una pesadilla que, 365 días después, destrozó otra vez el sueño tarraconense. Otra vez a un paso de la gloria. Otra vez con la miel en los labios. Otra vez ese guion que empieza con abrazos de ilusión y acaba con lágrimas de impotencia. Rozaron el milagro, se dejaron el alma, pero a veces ni con eso basta.

Supongo que algún día se podrá escapar de este laberinto sin salida, pero cada vez se hace más cuesta arriba. Tres veces ya se ha quedado el Nàstic a las puertas. De diferente forma, pero con el mismo fondo. Y eso duele. Mucho. Cada vez más. La Primera RFEF volverá a ser ese desierto disfrazado de categoría estrella de la Federación Española de Fútbol que intentan vender, aunque no cuela. Por suerte, ya no engaña a nadie en Tarragona.

Solo les prometo una cosa: volveremos. No sé cuándo, pero volveremos. Y mientras tanto, ahí seguirá el Nàstic, arropado por los suyos. Si algo tiene este club es que ama en la derrota, porque entiende que en la vida se pierde más de lo que se gana. Pero estamos cansados de tanta crueldad. ¿Qué hemos hecho para merecer tanto sufrimiento?

Luis César volvió a agitar el once en el día decisivo. Al gallego no le tembló el pulso. Otra vez. Colocó a Pol Domingo y Óscar Sanz en el centro de la defensa, cambió las bandas con Concha y Jardí como alas y situó a Antoñín Cortés en esa posición de ariete junto a Pablo Fernández, donde tanto han brillado ambos. Lo que buscaba era evidente: peligro, fútbol, gol. Así de simple. Así de complicado.

El Sanse es un equipo al que le encanta tener la pelota, construir desde la paciencia e ir desquiciando a un rival que se va cansando de perseguir sombras. Si eso ya agota en condiciones normales, imagínense a un Nàstic que necesitaba dos goles para forzar la prórroga. El tiempo jugaba a favor de solo un equipo. Al otro lo empujaba cada vez más al centro de la telaraña que estaba tejiendo el filial donostiarra.

Buena parte de la primera mitad fue del Sanse, que tenía el cuero ante un Nàstic al que le costaba demasiado recuperarlo. Lo intentaba el conjunto grana con corazón, pero enfrente había once jugadores que hilaban fino. Solo Antoñín, que en el minuto 5 remató mordido tras un robo en la salida donostiarra, había amenazado a Arana.

El Sanse tonteó con la tragedia grana con una volea de Mikel Rodríguez y un disparo de Astiazaran que se marcharon por encima del larguero de Dani Rebollo. El tiempo pasaba… y la esperanza tarraconense llegó. Apenas avisó. Fue en uno de esos chispazos que solo se dan cuando se tiene magia en ataque. Jaume Jardí recibió la pelota en el minuto 36 en el ala derecha. El reusense no se lo pensó y metió uno de esos centros con comba que siempre son amenaza. Nadie lo tocó, pero no hizo falta. El bote lo complicó todo, dándole una trayectoria venenosa. Arana, ese gigante que convive con el vértigo, quiso llegar, pero no pudo. Y entró. El primero había llegado antes del descanso. El Nàstic, de momento, bordaba el plan del milagro.

Irse al descanso con ventaja era una necesidad para plantear el segundo tiempo con algo más de tranquilidad y un mayor punto de confianza.

La segunda mitad dibujó desde el inicio otro paisaje. Al Nàstic se le veía más fresco, con la sangre en los ojos y totalmente convencido. Eso lo percibió un Sanse que intentaba tener la pelota, pero se encontraba con un rival más rebelde. Los de Luis César incluso tenían tramos de posesión, aunque siempre con la verticalidad en la mirilla.

Es cierto que los granas acumulaban balón, pero les faltaba generar mayor desequilibrio en el último tercio. El equipo donostiarra tiraba de oficio, como ya hizo ante el Mérida en semifinales. Intentando remediar eso, el técnico metió a Víctor Narro y Álex Jiménez en el ataque. Dos perfiles diferentes. Uno por Concha y el otro por Antoñín.

Fue precisamente el delantero murciano el que hizo caer en la trampa al que menos parecía que iba a fallar. Álex Jiménez recogió un balón suelto dentro del área y metió la puntita de la bota lo justo para que Arana lo derribara. Domínguez Cervantes señaló penalti. Joan Oriol cogió el mando. El cambrilense lo lanzó con calma en medio de la tormenta. Arana se venció a un lado y el capitán lo tiró al medio. El Nàstic se colocaba 0-2 y como mínimo se aseguraba la prórroga, pero quería más. Aunque Pablo pidiese calma.

Casi firma la heroica Marc Fernández en una jugada prácticamente consecutiva. Su tiro cruzado se marchó rozando el palo largo. El Nàstic estaba desatado. Iba a por todas. Sin miedo a morir, porque ya le habían dado por muerto. La prórroga acechaba. Y llegó. El conjunto grana tenía el partido donde quería. Treinta minutos más. Solo un gol más para completar la proeza.

El tiempo extra corría muy deprisa para el Nàstic y muy lento para el Sanse. Apenas había ocasiones. Todo estaba tan lejos y tan cerca que el miedo a fallar flotaba sobre los 22 que yacían en el verde. Se llegó al final de la primera parte de la prórroga con el 0-2 intacto. Al Nàstic le seguía faltando solo un gol. Solo un cuarto de hora por delante. Tiempo más que suficiente. Solo se necesitaba un milagro.

Y lo que llegó fue doloroso. Tremendamente doloroso. El Sanse, en la primera jugada de la segunda mitad, pilló la espalda de Joan Oriol y en el centro, el remate tocó en la mano de Leal. Cervantes pitó penalti. Ahora se necesitaban dos milagros. Rebollo debía parar el penalti. Pero no lo hizo. Guibelalde le superó. Nada que achacarle al portero de Lepe.

Y el milagro murió allí. Se rozó con mucho corazón. Hubo una afición, un club y una plantilla que creyó y acarició la gesta. Por eso duele tanto. Pero esto es el fútbol y la vida. Por eso, disfruten los momentos felices en honor a los tiempos difíciles. Abracen a los suyos y díganles que los quieren. Y ya de paso, díganles que el fútbol, parece, no nos quiere a nosotros.

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