Tarragona, anfiteatro natural
A vista de pájaro, el ‘camp’ es una llanura fértil, bañada por ríos de caudal irregular que desaguan en el Mediterráneo y delimitada por un sistema montañoso que actúa a modo de marco y frontera natural
Rodeado por montañas que forman un semicírculo, el Camp de Tarragona es mucho más que una llanura fértil: es historia, frontera y punto de partida de grandes gestas. Si lo sobrevoláramos, observaríamos aquello que señalan las curvas de nivel: el cacareado camp es una llanura fértil, bañada por ríos de caudal irregular que desaguan en el Mediterráneo, y delimitada por un sistema montañoso que actúa a modo de marco y frontera natural. La llamada Cordillera Prelitoral, pues dibuja una media luna que abraza la región de Tarragona desde el noreste, en el río Gaià, hasta el suroeste, en el río Llastres. Es el anfiteatro natural de las montañas de Tarragona, las mismas que recorremos en la ruta de esta semana.
Sur
En el extremo suroeste se encuentra el Coll de Balaguer, paso natural hacia la comarca del Baix Ebre, y por consiguiente a las Terres de l’Ebre, junto a la notable Serra de Tivissa-Vandellós, que acaricia el mar con la montaña de El Torn (152 m). Esta tierra fronteriza, allá donde se erigió la central nuclear, era sumamente peligrosa antaño. Más allá del cuello se extendía el Desierto de Alfama, un yermo aprovechado por los bandidos y los corsarios berberiscos. Alexandre Laborde, el escritor francés que recorrió España en el siglo XIX, le dedicó las siguientes líneas en Voyage pittoresque et historique de l’Espagne: «este lugar, bastante famoso por sus peligros de todo tipo, se ha convertido en un paso fácil y seguro desde que se construyó la carretera que lo atraviesa».
Oeste
Siguiendo el arco hacia el oeste, están la Serra de la Creu y Llaberia, separando el camp de la Ribera d’Ebre. Destaca la Mola de Colldejou, seguida por picos de formas caprichosas, como la Miranda (918 m), el Mont-redon (864 m) o el Cavall Bernat (840 m), testigos del accidente aéreo que le costó la vida a Alexander von Scheele, coronel de la Luftwaffe y fundador de la Legión Condor. A continuación, surgen la Serra de la Teixeta y el Coll d’Alforja, enlace natural con las Muntanyes de Prades, cuellos que desempeñaron un papel estratégico en la conquista cristiana, pues Albert de Castellvell y Ramón de Ganagot los utilizaron en la conquista del Priorat de los andalusíes.
En el oeste sobresale una montaña cónica coronada por una ermita, la de Santa Bàrbara. Bajo el templo se observa el Castillo Monasterio de Sant Miquel d’Escornalbou, otrora residencia señorial de Eduard Toda i Güell, el diplomático, egiptólogo y mecenas natural de la ciudad de Reus.
El amigo de infancia de Gaudí compró las ruinas del monasterio a principios del siglo XX y lo reformó a su gusto con la inestimable ayuda de su madre, a quien Toda reconoció como la ‘restauradora de Escornalbou’ en su libro titulado Historia de Escornalbou (1926).
Norte
Al noroeste de Tarragona están las montañas que Josep Pla definió del siguiente modo en Guia de Catalunya (1971): «des del camp, les muntanyes llunyanes són entrevistes com si fossin una irrealitat, com un somni llunyà. Son un simple color: blavós, malva, violaci, ametista o perla, segons la llum canviant, la puresa atmosférica o el vent que s’entaula». El escritor se refería a las Muntanyes de Prades, un telón de fondo montañoso amable, sin estridencias, que invita a su descubrimiento. Si las cruzáramos, llegaríamos o bien de nuevo al Priorat o bien a la Conca de Barberà, cuya capital, Montblanc, es sobradamente conocida por la muralla que mandó construir Pere el Gran durante su reinado.
Finalmente, hacia el noroeste, el relieve se encajona en los pasos del Coll de l’Illa, el de Prenafeta y el Congost de la Riba, que dan acceso a la Serra de Miramar y a la Conca de Barberà. Es aquí donde destaca Puigcabrer (525 m), una montaña coronada por una torre construida durante las guerras carlistas a petición de Manuel Orozco. De esta manera alcanzamos el bloque del río Gaià, obra legendaria de Sant Magí, y la Serra del Montmell, que completan el semicírculo con el mar, ya en el sur.
Sur
Nada más se extiende en este punto cardinal aparte del Mediterráneo, aquel que gana el pulso al Delta de l’Ebre. El mar fue escenario de uno de los grandes espectáculos de la Edad Media. Un miércoles 5 de septiembre de 1229, con las primeras luces del día, zarparon 150 naves de los puertos de Salou, Cambrils y Tarragona con el afán de conquistar Mallorca. El rey Jaume I lo recordaría en el Llibre dels fets: «daba gusto ver a aquellos que permanecían en tierra y a nos, porque todo el mar parecía blanco de las velas, pues tan grande era la flota». Los habitantes de estas montaña tuvieron el privilegio de contemplar un episodio clave de nuestra historia.