«Los gitanos hemos venido a la universidad para quedarnos»

La cifra de alumnos de origen romaní que cursan estudios superiores no pasa del 2%. Investigadores y estudiantes hablan de lo que hay detrás de esta cifra

27 marzo 2023 19:52 | Actualizado a 28 marzo 2023 07:00
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Solo entre el 0,3% y el 2% de los alumnos gitanos llegan a la universidad. No es de extrañar si se tiene en cuenta que solo el 12% obtiene el título de la Educación Secundaria Obligatoria cuando toca. Se trata de datos «escalofriantes», resume Carme García Yeste, doctora en pedagogía y profesora de la Universitat Rovira i Virgili.

Pero aunque la cifra es pequeña, «los gitanos queremos venir a la universidad y estamos aquí para quedarnos» afirma rotundo Fernando Macías-Aranada, doctor en educación y gitano. Lo comenta durante la jornada ‘La universitat també és gitana’ organizada por la Red Gitana CampusRom que llena casi al completo el Aula Magna de la URV.

‘Ocurrencias’ del sistema

Imposible explicar los malos resultados de la escolarización sin hablar, por ejemplo, de que 4 de cada 10 hogares gitanos vive en pobreza severa; que su tasa de paro es del 56,7% o que un porcentaje importante vive en infraviviendas.

Pero atención que ese solo es el contexto y no la única causa de que los gitanos no prosperen en la escuela, advierten los dos investigadores. Macías-Aranda, de hecho, explica que una de las grandes dificultades es que el sistema educativo ha tratado de atajar el problema con «ocurrencias que no se basan en ninguna evidencia científica».

Algunos ejemplos son lo que califica como ‘escuelas gueto’, donde se reúne a alumnos de un mismo grupo social y se reduce el currículum . En ellas el nivel es tan bajo que prácticamente se les condena a no seguir estudiante.

Hay otras escuelas que sin ser guetos adoptan para sus alumnos gitanos lo que bautiza como el «curriculum de la felicidad», donde lo prioritario es que estén contentos en clase «y lo que terminamos es dándole una educación que nadie quiere para sus hijos».

Y hay más ‘ocurrencias’ como colocarles de entrada en aulas de bajo rendimiento que intensifican las diferencias y alimentan la desmotivación. «Se trata de ciencia, no de ideología», insiste Macía- Aranda, quien explica que hay modelos que sí están avalados por la ciencia y cuyos resultados se han medido. Uno de ellos son las comunidades de aprendizaje.

Justamente un ejemplo de una de estas comunidades es el Institut Escola Mediterrani de Campclar que decidió transformarse en el curso 2009-2010 (entonces solo era escuela primaria). Recuerda su directora, Cristina Lara, que entonces el problema no eran solo las bajas calificaciones, sino el 50% de absentismo y, sobre todo las bajas expectativas que había sobre la escuela.

¿Cómo funciona una escuela de este tipo? Una de las claves es que las familias y la comunidad entran en la escuela, incluso a ayudar en las clases, algo que acelera el aprendizaje.

Hay biblioteca turorizada, casales científicos de verano y tertulias literarias para discutir sobre los clásicos desde P5 hasta 4º de ESO...Se hacen asambleas de toda la comunidad educativa y se cuida la convivencia. Hay, de hecho, un protocolo claro que todos los niños conocen para resolver los conflictos y que implica ponerse siempre del lado de la víctima y rechazar la violencia.

En el instituto escuela reciben el apoyo de entidades como CampusRom, organizador de la jornada. La red, entre otras cosas, se encarga de acompañar a los alumnos de distintos niveles educativos hasta que llegan a la universidad con mentorías y clases de repaso. Su co-presidente Manuel García Algar (doctor en nanotecnología por la URV) apuntaba como el 100% de los alumnos que acompañan aprueba todas las asignaturas. Desde su fundación en 2016 han acompañado a 46 gitanos a llegar a la universidad.

Las valientes referentes

Pero si algún valor tuvo la jornada fue poder escuchar de su propia boca la experiencia de un grupo de jóvenes estudiantes y graduados gitanos con trayectorias académicas muy distintas, la mayoría cargadas de obstáculos, prejuicios y bajas expectativas.

Alba Santiago, estudiante del ciclo formativo de grado superior de integración social (al terminar espera estudiar un grado universitario) recuerda por ejemplo cómo algún profesor en la ESO le insinuó que era hora de dejarlo porque su lugar era el mercadillo.

Imposible resumir sus historias cargadas de esfuerzo y emoción, pero en sus relatos se repite una frase «mi familia me apoyó».

Cuando se les pregunta por sus referentes hubo quien como Raquel Heredia, estudiante del grado de Educación Social, reconocía que «no tuve» porque es la primera de su familia en llegar a la universidad.

Curiosamente, no obstante, para varios del grupo la figura más inspiradora de su vida estudiantil fueron sus propias madres que comenzaron a estudiar después de mayores para sacarse la ESO. La de Alba, de hecho no se conformó y siguió estudiando hasta llegar a la universidad. «Consiguió su título universitario el mismo año que fue abuela», recuerda orgullosa.

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