Raül Agné es un técnico que huye de elogios individuales porque prefiere felicitar el privado al futbolista. Reforzar el colectivo por encima del jugador es su filosofía. Así lo hace en casi cada rueda de prensa, pero hay un jugador con el que hace una excepción siempre que le da motivos firmes para ello. Se trata de Jannick Buyla, mediocentro guineano en el que el técnico de Mequinenza parece tener una fe ciega. Parece que es una cuenta pendiente porque el entrenador del Nàstic vislumbra en él un potencial futbolístico que solo ha podido sacar a cuentagotas. Agné está convencido que tiene entre manos a una pieza determinante para la categoría.
«Hemos recuperado a Jannick para la causa. Estoy convencido que es un gran futbolista, pero en esta versión», aseguraba el míster grana tras el encuentro frente al Villarreal B. El guineano entró en la segunda mitad y su presencia dinamitó el encuentro en cierta manera. Solo le faltó aprovechar una ocasión clarísima dentro del área en la que se llenó de balón y su disparo se marchó por encima del larguero. Aquella acción pudo cambiar el rumbo del partido y darle el excelente a Buyla en su concurso en el partido. Porque en el resto de jugadas ofreció lo que el encuentro demandaba en todo momento. Entró como falso extremo en el costado izquierdo y volcó el juego a su banda, siendo un futbolista participativo, dinámico y que generaba desequilibrio en los metros finales. Ofreció una catedra asociativa que encandiló a su entrenador. Fue un partido que quién sabe si puede suponer un punto de inflexión.
La relación de Agné y Buyla es especial y se ha ido demostrando a lo largo del tiempo. Llegó en verano como un futbolista cedido por el Zaragona y parecía destinado a liderar la sala de máquinas, pero con ese perfil que también le convertía en una opción para el costado izquierdo. En sus inicios no terminó de convencer al técnico de Mequinenza y no fue hasta la novena jornada cuando comenzó un periplo de continuidad y titularidades. Siete encuentros de inicio en nueve partidos acumuló. Entre ellos marcó un golazo frente al Atlético Baleares haciendo alarde de una de sus mejores virtudes como es el disparo.
El mediocentro guineano fue actuando en diferentes posiciones. Agné le situó en el doble pivote como centrocampista de ida y vuelta, también le metió tirado a banda izquierda para tener superioridad en el centro del campo e incluso le probó de segundo punta, queriendo aprovechar su buen disparo y capacidad asociativa. Buyla ofreció un rendimiento regular, aunque no despampanante. Para otro jugador hubiese sido suficiente, pero es que hay motivos firmes para creer que es un jugador que puede alcanzar un pico de juego que genere desequilibrio de manera constante. Su calidad y su pasada temporada en el UCAM son argumentos sólidos para defender esta postura.
Cuando parecía que el rol de titular ya lo tenía ganado y su mejor versión podría andar cerca se marchó a la Copa de África. A nivel individual fue una oportunidad única que aprovechó porque llegó hasta cuartos con Guinea Ecuatorial, siendo una de las piezas claves de la selección de Nzalang. Un mes alejado de la dinámica grana en la que se perdió cuatro partido.
Una vez terminado el torneo tocaba regresar a Tarragona y lo cierto es que desde entonces el guineano ha visto como se ha quedado sin sitio en el once titular. Bonilla anda en un estado pletórico goleador en la izquierda y la sala de máquinas se ha quedado con Pedro del Campo y Javi Ribelles como integrantes exclusivos. En la posición de segunda punta también anda Dani Romera totalmente integrado, por lo que ahora debe a volver a pelear por su sitio. Frente al Villarreal B dio el primer gran paso para ello. Ofreció unos minutos de alto nivel que de buen seguro que le abren la posibilidad de tener más tiempo para demostrar sobre el verde en los próximos días. Por apoyo de Raül Agné no será.
