Reconstruir el presente, proyectar el futuro

26 noviembre 2020 10:08 | Actualizado a 02 diciembre 2020 11:35
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En este último año los cimientos de nuestro sistema actual se han tambaleado, impactando en nuestras vidas de forma absolutamente disruptiva. Este “cisne negro” que ha supuesto la pandemia, para el que ninguna sociedad ni economía estaba preparada, también ha puesto sobre la mesa, en su versión más cruda, la necesidad de diversificar la economía con una base industrial sólida que la sustente. Los países y territorios más industrializados son, casi siempre, los que mejor afrontan las crisis.

Especialmente sectores como el químico, de alto valor añadido y componente innovador, son los que dinamizan el tejido productivo porque ejercen un efecto multiplicador sobre el conjunto de la economía al generar riqueza y empleo de calidad. Así lo ha demostrado la industria química en crisis anteriores, y una vez más, en ésta que atravesamos, en la que está respondiendo de la mejor manera.

Ciertamente, nos ha ayudado la consideración de sector esencial a nivel legal. Hemos mantenido la actividad al 95% del nivel normal y hemos adaptado producciones para estar en primera línea contribuyendo a garantizar la continuidad de las cadenas de suministro. También adoptando todas las medidas necesarias para garantizar la seguridad de nuestros empleados y contratistas. Un aspecto muy relevante es que, a pesar de los condicionantes negativos del entorno, hemos logrado mantener, e incluso incrementar este año en un 2% el empleo, alcanzando el máximo histórico de los 209.100 asalariados directos. Una cifra que se dispara hasta los 710.000 considerando los empleos indirectos e inducidos. Un empleo de elevada calidad, estabilidad y cualificación, con una tasa de contratación indefinida del 94% y una remuneración de 37.500 euros anuales (un 62% superior a la media nacional). Son datos que reafirman el compromiso permanente de nuestra industria con la sociedad y su entorno a pesar de la caída productiva del 1,8%, derivada, sobre todo, del desplome de nuestros principales sectores demandantes: la automoción y la construcción y, en menor medida, la industria agroalimentaria.

Precisamente la reactivación de estos tres ejes tractores de la economía, por su peso en el PIB y el empleo, debe ser una prioridad inmediata para impulsar la reconstrucción económica. Debemos volver a arrancar cuanto antes estos importantes motores para inyectar confianza empresarial y estimular el consumo con los que apuntalar la recuperación. Para ello, necesitamos colaboración política y empresarial con la mirada puesta en el largo plazo.

Estos esfuerzos van a tener el viento de cola de las ayudas europeas, que como país tenemos el deber de aprovechar de forma eficiente, atrayendo inversiones que impulsen el empleo de calidad, pero que sobre todo estimulen el desarrollo de tecnologías disruptivas que las empresas químicas ya desarrollan en campos como el almacenamiento energético, las energías renovables, el reciclado químico, la captura y uso de CO2, la fotosíntesis artificial, la impresión 3D o el hidrógeno verde, entre otras.
El sector químico representa hoy el 5,8% del PIB y el 3,5% del empleo en España, sumados sus efectos directos e indirectos, y sus soluciones son palancas fundamentales para construir un modelo social y económico más inclusivo y sostenible. Se trata de un camino sin retorno en el que debemos seguir orientados para dar respuesta a los ODS en 2030. Contamos con nuestra capacidad innovadora que nos ayudará a seguir desarrollando tecnologías que nos acerquen a una economía descarbonizada y circular.

Con mucho esfuerzo y dedicación de las personas que trabajan en nuestras empresas, hemos demostrado que la industria, y en especial la industria química, es un valor seguro que aporta valor a la sociedad en el presente y, sobre todo, proyección y perspectivas de futuro, algo de lo que debemos sentirnos orgullosos, y que constituye un activo que como ciudadanos debemos proteger.

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