En la maraña de líneas rojas

Cuenta atrás. El tiempo y la dinámica de vetos y bloques juegan a favor de Pellicer. A ERC se le escapan sus opciones en las grandes ciudades 

09 junio 2019 16:21 | Actualizado a 11 junio 2019 16:57
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La línea roja es el sintagma de moda en la política. La expresión sirve para señalar los límites de una acción o decisión y con ella se indica aquello que se considera inaceptable o que no se puede traspasar. Es un calco del inglés red line, cuyo origen se atribuye a la línea que formó un regimiento de tiradores escoceses vestidos con casacas rojas que frenó la carga de la caballería rusa en la batalla de Balaclava (1854). Rudyard Kipling popularizó este episodio de la guerra de Crimea con un poema dedicado a «la delgada línea roja de héroes». Otra versión sitúa su origen en el Acuerdo de la Línea Roja que fijó los límites del reparto de los intereses petroleros en el Imperio Otomano, marcados en un mapa con tinta roja por Calouste Gulbenkian. Otros creen que son las líneas rojas de los manómetros de las antiguas máquinas de vapor...

En cualquier caso, las múltiples líneas rojas entre partidos son la clave que explica la dificultad para dirimir la alcaldía y llegar a cualquier acuerdo en el ayuntamiento de Reus. El candidato más votado, Carles Pellicer (Junts x Reus), ha esbozado algunas fronteras insalvables, como dar entrada a la CUP y al PSC en el gobierno municipal, aunque la más firme es su negativa a compartir o ceder la vara de alcalde.
Noemí Llauradó (ERC) se ha mostrado inflexible en su objetivo de alcanzar la alcaldía, pese a tener un concejal menos que Pellicer. Su apuesta es un gobierno republicano e independentista con ella al frente, pero este es un planteamiento meramente voluntarista a no ser que haga valer su gran baza negociadora: la suma de las izquierdas. El problema es que para ello debería saltarse el anatema de no pactar con los partidos que apoyaron la aplicación del artículo 155, en este caso el PSC.

En la hoja de ruta de los socialistas, cualquier final pasa por evitar que Pellicer continúe cuatro años más en la alcaldía, pero no están dispuestos a regalar sus votos a cambio de nada. Por su parte, la CUP tiene la misma idea respecto a cuál debe ser el futuro político del actual alcalde, pero su compromiso electoral es que no habrá acuerdos con los partidos del 155  

Ara Reus es la formación que menos líneas rojas ha trazado para facilitar la gobernabilidad –únicamente excluyen a la CUP–, pero por ahora sólo Junts per Reus cuenta declaradamente con ellos. Finalmente, los vetos de Ciudadanos son de sobras conocidos, pero la aritmética y la distribución de fuerzas entre los bloques hacen que los votos de sus tres concejales resulten irrelevantes. 

Esta semana ha salido a la palestra un actor que no se presenta a las elecciones, pero cuya capacidad de influencia sobre neoconvergentes y republicanos es enorme, o al menos lo ha sido durante los últimos años. Me refiero a la Assemblea Nacional Catalana- Reus per la Independència, que ha hecho su particular llamada al orden y la ortodoxia independentista: «Considerem que seria un frau al conjunt de l’independentisme que Junts per Reus, ERC o CUP pactessin la conformació del govern municipal amb partits del 155. Per tant, tal com ja havíem manifestat abans de les eleccions, seguim reclamant la conformació d’un govern netament republicà i independentista», advierten.

Semejante maremágnum de líneas rojas complica cualquier alianza multipartidista para articular un gobierno municipal respaldado por una mayoría sólida. Pero, paradójicamente, también aclara el panorama respecto a la alcaldía. Si no pasa nada, y es complicado que pase ante la dificultad de avanzar en cualquier dirección, el menos perjudicado es el que va por delante, ya que la ley prevé que sea investido alcalde el candidato de la fuerza más votada en las urnas si no existe una mayoría absoluta alternativa. Así las cosas, cada día que pasa Carles Pellicer está más cerca de su tercer mandato.

La historia de la política municipal de Reus registra acuerdos que en su día resultaron sorpresivos –el PSC de Josep Abelló con la ERC de Ernest Benach en 1987, los socialistas con los convergentes de Tomàs Barberà en 1995 o Pellicer con el PP de Alícia Alegret en 2011–, pero eran otros tiempos y sus protagonistas no estaban atenazados por una política de bloques tan férrea como la que hoy imponen el independentismo y el constitucionalismo.

ERC y las grandes ciudades  

En una semana de silencios, ERC ha protagonizado la única comparecencia pública, en la que Noemí Llauradó ratificó su intención de ser alcaldesa al frente de un gobierno de fuerzas republicanas e independentistas (léase JxReus y CUP), aunque sin aclarar cómo pretende lograrlo, habida cuenta de que Pellicer y los suyos evidentemente no están por la labor.

Si las aspiraciones de ERC acaban frustradas, Reus se sumará a la lista de ciudades que se le han escapado de las manos. Pese a los buenos resultados cosechados en las elecciones municipales y al sorpasso sobre el PDeCAT, los alcaldes republicanos brillarán por su ausencia en las grandes urbes.

Barcelona está perdida frente a Colau y la pinza anti Maragall. Sabadell seguirá en manos del PSC pese a los esfuerzos republicanos por configurar una alternativa. En Tarragona, el socialista Ballesteros mantiene serias opciones de resistir el envite de ERC. Entre la quincena de las principales ciudades catalanas, sólo Lleida tendría un alcalde republicano, lo cual sería un balance exiguo, sobre todo si se confirma el desengaño mayúsculo en Barcelona.

Un panorama que podría invitar a tensar la cuerda en Reus, que casualmente es la mayor ciudad que aspira a retener la antigua Convergència. 

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