Ucrania. El principio del fin de los tiranos

El peligro de la expansión de la OTAN. Muchos rusos señalan que ellos han disuelto el Pacto de Varsovia, su alianza militar, y se preguntan por qué Occidente no debería hacer lo mismoLa mirada

04 marzo 2022 19:00 | Actualizado a 05 marzo 2022 06:34
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Hoy les hubiese podido escribir que tenemos la obligación de distanciarnos un momento de las emociones y analizar con frialdad el porqué y el cómo. Que quizás deberíamos empezar por asumir que la política arrogante y sorda de la OTAN hacia Rusia durante el último cuarto de siglo se lleva parte de la responsabilidad. Que los analistas estadounidense más realistas y moderados nos habían advertido durante decenios que seguir ampliando la alianza militar más poderosa de la historia hacia otra gran potencia no acabaría bien. Les podía haber escrito que quizás la guerra en Ucrania se podía haber evitado.

También hubiese podido escribir que los analistas en 1994 ya decían que «será extraordinariamente difícil ampliar la OTAN hacia el este sin que esa acción sea vista por Rusia como una agresión». O que, en sus memorias, Madeleine Albright, secretaria de Estado de Bill Clinton, reconocía que el presidente ruso, Boris Yeltsin, y sus compatriotas se oponían firmemente a la ampliación, considerándola una estrategia para explotar su vulnerabilidad y desplazar la línea divisoria de Europa hacia el este, dejándolos aislados.

También hubiese podido citar a Strobe Talbott, subsecretario de Estado, que describió de forma similar la actitud rusa diciendo que: «Muchos rusos ven a la OTAN como un vestigio de la guerra fría, intrínsecamente dirigido contra su país. Señalan que ellos han disuelto el Pacto de Varsovia, su alianza militar, y se preguntan por qué Occidente no debería hacer lo mismo». Les podría escribir que esa es una excelente pregunta, y que ni la administración Clinton ni sus sucesores han dado una respuesta ni siquiera remotamente convincente.

También hubiésemos podido hablar de George Kennan, el padre intelectual de la política de contención de Estados Unidos durante la guerra fría, que advirtió perspicazmente en una entrevista con el New York Times en mayo de 1998 sobre lo que la ratificación por parte del Senado de la primera ronda de expansión de la OTAN pondría en marcha. «Creo que es el comienzo de una nueva guerra fría», declaró Kennan. «Creo que los rusos reaccionarán gradualmente de forma bastante adversa. Creo que es un trágico error. No había ninguna razón para ello. Nadie estaba amenazando a nadie».

Hubiésemos podido hablar de cómo la paciencia de Moscú con el comportamiento cada vez más expansivo de la OTAN se estaba agotando. La última advertencia razonablemente amistosa de Rusia de que la alianza debía retroceder se produjo en marzo de 2007, cuando Putin se dirigió a la conferencia anual de seguridad de Múnich. «La OTAN ha puesto sus fuerzas de primera línea en nuestras fronteras», se quejó Putin. La expansión de la OTAN «representa una grave provocación que reduce el nivel de confianza mutua. Y tenemos derecho a preguntar: ¿contra quién se dirige esta expansión? ¿Y qué pasó con las garantías que nuestros socios occidentales dieron tras la disolución del Pacto de Varsovia?».

Les hubiese podido continuar enumerando avisos, análisis, opiniones, estudios y encuestas, pero lo cierto es que ante la manita de un bebé de quizás dos añitos apoyada en la ventana de un tren, despidiéndose de un adulto –quizás su padre– los análisis y datos de la guerra fría me congelan los dedos que aporrean el teclado del ordenador. Que ante los nudillos mullidos de manita inocente que intentan agarrar la otra mano –dura, enorme y callosa– a través del cristal de la ventana del tren, no parece haber análisis que resista. Porque las imágenes que nos llegan del conflicto, y ya lo decía Susan Sontag, están destinadas a crear nuestro marco mental de esta guerra. Si la guerra del golfo fue la tecnología, misiles cruzando los cielos de Bagdad, puntos luminosos fugaces, en esta, afortunadamente, y gracias al trabajo honesto de miles de periodistas como Emilio Morenatti, tiene que ser el sentimiento de solidaridad, de empatía y de libertad.

El gran León Tolstoi decía que él, todo lo que sabía –y sabía muchas cosas el autor de Guerra y paz– era porque había amado. Que sea pues esta la razón que nos permita plantar cara y luchar contra las tiranías. Primero Putin y después el resto de sátrapas del mundo. Se vayan preparando.

 

Periodista
Nacida en Tarragona, Natàlia Rodríguez empezó a ejercer en el Diari. Trabajó en la Comisión Europea y colabora en diversos medios. Vive entre París y Barcelona.

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