Rey Don Juan Carlos: amnesia colectiva

10 agosto 2020 08:10 | Actualizado a 10 agosto 2020 09:46
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Los pueblos tienen poca memoria: una de las tragedias de la humanidad. Otra es lo complicado que resulta hacerse con buena fama -para lo cual hacen falta lustros de trabajo- y lo fácil que es que, quienes poco han hecho por el bien común, destruyan con saña el mérito tan arduamente adquirido.

En efecto, cual buitres ante una presa moribunda se ha abalanzado sobre el Rey Don Juan Carlos toda una caterva de republicanos de salón, miembros de una anacrónica extrema izquierda que ha fracasado en cuanto país ha gobernado -y que, en parte, y para nuestra desgracia, gobierna ahora España-, e independentistas creados en el laboratorio del odio y la ignorancia, rabiosos ante el hecho incontrovertible de que Don Juan Carlos haya sido tan Rey de Aragón y Conde de Barcelona, como Rey de Castilla, de Navarra o de Galicia, el Rey de todos los españoles.

Don Juan Carlos ha decidido abandonar España. O, mejor dicho, irse de España, porque es difícil para quien ama tanto a su patria abandonarla en su corazón.

No es fácil para alguien de 82 años, que ha ejercido su función hasta los 76, con una salud deteriorada, que vive en España desde 1948, cuyo hijo reina aquí y cuya familia desarrolla su vida en nuestro país, irse de él para transcurrir sus últimos años lejos de sus seres queridos, cuando todo anciano tiene derecho a un sereno descanso.

Y es más doloroso por haberse visto empujado a ello por circunstancias no probadas y por una persecución implacable y orquestada, cuyo fin último es la implantación de un régimen republicano. Los artífices de ese proyecto no recuerdan -o no quieren que les recuerden- la devastación que tal forma de Estado supuso para España en los cinco años que duró en el siglo XX.

Los reyes no se jubilan -sólo algunos abdican- porque no ejercen un trabajo de 8 horas al día sino una función que empapa cotidianamente las 24 horas de su jornada. Don Juan Carlos, de la mañana a la noche, trabajaba por España sin descanso. Incluso en sus momentos vacacionales seguía atendiendo obligaciones públicas, cuando la mayoría tomaba el sol en las playas o el fresco en las montañas.

Don Juan Carlos no ha huido. Sólo lo hacen los cobardes y él ha demostrado repetidamente su coraje, el 23 de febrero de 1981 o cuando visitó en pleno zénith de la actividad terrorista de ETA la Casa de Juntas de Guernica y soportó estoicamente los amenazantes puños en alto de los parlamentarios de Herri Batasuna, o cuando -para orgullo nuestro- le espetó al sátrapa de Hugo Chávez el famoso «¿por qué no te callas?».

Bien podía haberse quedado en España pero, a sabiendas de que eso podría dañar y lastrar la imagen de la Corona, ha decidido -en un acto de extrema generosidad- alejarse de los suyos.

Mientras el Parlamento Catalán, que no tiene atribuciones para decidir la abolición de la monarquía, pierde su tiempo en tratar «la situación política creada por la crisis de la monarquía española», el país se debate en una pandemia y en una crisis económica feroz. Es irónico que ataquen sin piedad a un Rey gracias al cual pueden hablar con tanta libertad y desparpajo.

No hace mucho, en Barcelona, tomé un taxi e indiqué al conductor que iba al aeropuerto. Me preguntó dónde volaba. Le contesté: «a Madrid». Pensé quería saber en qué zona de la terminal debía dejarme.

Pero, para mi sorpresa, empezó a decirme que en Madrid no entendemos a los catalanes, que no respetamos su lengua y su cultura y que no reconocía al Rey como suyo. Yo, en el catalán que aprendí durante el cuarto de siglo que viví en Tarragona le contesté lo que opinaba sobre sus afirmaciones.

Se quedó atónito. «Pues bien», le dije, «soy hijo de gallego y de peruana, en mi casa se hablaba castellano y le he respondido en el catalán que aprendí desde niño en la escuela y en la calle, para que vea que esas ideas que le han metido en la cabeza son falsas».

Don Juan Carlos, se quiera admitir o no, ha sido el motor de la España de las libertades y la democracia, su arrollador prestigio internacional situó a nuestro país en el concierto de las naciones con un peso del que carecía desde la época de sus antepasados los Austrias, atrajo a España innumerables y multimillonarias inversiones extranjeras y facilitó poderosas inversiones españolas en el exterior.

Ha sido un Rey y un Jefe de las Fuerzas Armadas siempre con escrupuloso respeto a la Constitución. Adorado en Iberoamérica, ha conocido a la mayoría de los políticos que contaban en el mundo y su experiencia y saber hacer han dejado siempre una imagen espléndida de España.

Don Juan Carlos no está imputado ni «investigado», como se dice ahora, y tiene libre opción a moverse por el mundo.

No soy ciego. Veo lo errores de las personas, como otros verán los míos.

Ahora bien, justo es reconocer que esta triste situación es miel sobre hojuelas para quienes estaban esperando para arremeter contra una figura que -les guste o no- será recordada con admiración por las generaciones venideras -cuando ellos hayan pasado al más tenebroso de los olvidos- a pesar de los errores que -como todo ser humano- haya podido cometer.

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