¿Sigue siendo válida la Monarquía en España?

11 agosto 2020 07:50 | Actualizado a 11 agosto 2020 09:08
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La crisis que está sufriendo la Monarquía de España, a causa de la censurable conducta del rey emérito, Juan Carlos I, afecta a un pilar fundamental de la estructura del Estado, del Estado surgido en 1979, tras la dictadura del general Franco.

Afecta, pues, a una estructura fundamental de nuestra democracia.

Las acusaciones que se hacen a Juan Carlos por su conducta personal, no solo en el ámbito de su comportamiento con la familia, sino en el ámbito de un enriquecimiento probablemente ilícito, no solo afectan a «una persona, pero no a la Institución Monárquica», como dijo el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, sino que afectan a la Corona, porque los reyes eméritos forman parte de la Familia Real.

La institución monárquica tiene como fundamento a una familia, la cual posee los derechos dinásticos para reinar donde le corresponda.

La mala conducta de un miembro de la familia afecta a toda la familia, porque la Institución es La Familia. Por lo tanto, la gravedad de los hechos a los que se acusa al rey emérito enturbia a la Corona, es decir a la Jefatura del Estado español.

Por otro lado, no parece positivo para nadie tener un Rey, aunque emérito, errante por el mundo.

¿Qué importa que el rey Felipe VI sea un rey ejemplar en su conducta? La conducta de su padre lo ha salpicado.

No ha faltado quien, rápidamente, a río revuelto ha querido pescar ganancias, como los de Podemos: es el momento de la República en España, una república plurinacional.

O de los independentistas catalanes, más vulgares, entre otros. Republicanos siempre los ha habido en España, pero nunca sabremos de qué república se trata.

Pero la salida de Juan Carlos no puede desestabilizar a un gobierno, que es de coalición, para conducirnos a unas elecciones (¿constituyentes?) para no se sabe lo qué, en medio de una grave crisis económica que llega, consecuencia de una pandemia que todavía está muy viva.

Podría ser también el fraccionamiento de España.

Así lo ha entendido el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y quienes lo han asesorado.

Y sobre todo lo ha entendido el rey Felipe VI, tras proclamar desde el inicio de su reinado que la honestidad, el espíritu de servicio y la austeridad deben presidir los actos de la nueva monarquía y ha sabido convencer a su padre que se vaya de España, al menos «momentáneamente», pero nadie espera su vuelta. El rey Felipe ha tenido que sufrir su particular 23-F, aunque sin sables ni guardias civiles.

Ahora todos reconocen lo que ha tenido que sufrir la reina Sofía en su largo matrimonio con el rey emérito y no solo por sus infidelidades. Pero ella nunca ha perdido la sonrisa. Es una mujer que ha sabido estar en todo momento donde le tocaba, a las duras y a las maduras. Es una Reina.

Para decirlo en breve: tanto el rey Felipe V como el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, han actuado como auténticos hombres de Estado.

De no ser así hoy viviríamos junto a la pandemia y a las puertas de una gran crisis económica que afectará a millones de hogares, una revuelta política que nos llevaría Dios sabe dónde.

Porque no es la república la que hace más democrático un país, pues hay repúblicas muy dictatoriales por el mundo, ni es la monarquía una cosa del pasado cuando hay más de 40 monarquías en el mundo, ocho de las cuales en Europa cuyos países gozan de sistemas muy democráticos.

No son los sistemas políticos los que los que hacen más feliz a un pueblo, sino las personas que lo dirigen y el pueblo que los apoya.

Hemos visto que se ha mantenido la estabilidad de las instituciones. Y esto gracias a una firme declaración del presidente Sánchez que, a pesar de dirigir un partido de corazón republicano, ha sabido ser pragmático en las decisiones fundamentales: ha optado por mantener el pacto constitucional del 1979.

No había otra fórmula, porque en las Cortes, Congreso y Senado, no hay mayoría suficiente de tres quintos para reformar la constitución y por lo tanto la forma de gobierno.

De hecho, nadie quería una España revuelta y desequilibrada, ni los países europeos (Francia y Alemania en particular), ni los Estados Unidos, en la parte exterior. Y en la parte del interior ha actuado el PSOE como siempre desde la caída de la dictadura, es decir con sentido común y sentido de Estado.

¿Cómo se ha gestionado todo? La respuesta es clara: dentro de las instituciones.

Las noticias sobre Juan Carlos eran cada vez más escandalosas, jugando un papel principal Corinna Larsen, encausada por la justicia en Suiza, y el encarcelado Comisario Villarejo.

La degradación que sufría la Corona era evidente cada día y tenían que ser el rey Felipe con su padre, el rey emérito Juan Carlos, quienes debían resolver la situación de este último.

Pedro Sánchez no ha intervenido personalmente en la decisión de Juan Carlos porque no corresponde al presidente del Gobierno resolver las crisis de la Corona, aunque era obligado informarle de todo e incluso conocer su opinión.

Hubo opacidad con relación a la marcha de Juan Carlos, cuyo aforamiento es discutible.

Como periodista confieso mi parte de culpa: la Casa del Rey fue inviolable durante décadas. Nadie decía nada, y solo se escuchaban rumores sobre la conducta del rey Juan Carlos a las que se calificaba de «borbonear».

Si los medios de comunicación, los políticos y otras instancias civiles, económicas y sociales hubieran aireado lo que se daba por casi seguro, la conducta de Juan Carlos no hubiera tenido estas desviaciones.

¿Cuál es la solución? Un Estatuto de la Casa Real aprobado por las Cortes, Congreso y Senado, con mayoría cualificada.

Si se me permite un paréntesis, fue el Diari de Tarragona el primero que publicó, en una crónica, firmada por el que suscribe este artículo, la abdicación del rey Juan Carlos en 2013. Josep Ramon Correal es testigo. Se perdió demasiado tiempo. La manzana ya estaba podrida dentro de la Casa Real.

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