La petición de un alto cargo del Departament de Salut de la Generalitat al Gobierno español para que prohíba fumar en las playas ha reabierto un debate profundo sobre el papel del Estado en la regulación de conductas individuales y el límite entre libertad personal y responsabilidad colectiva. ¿Es esta medida una injerencia injustificada o un paso necesario hacia un entorno más saludable y sostenible? Desde una perspectiva sanitaria y medioambiental, la prohibición resulta difícil de cuestionar. El tabaquismo continúa siendo una de las principales causas de enfermedad y muerte prematura en España. Más allá del impacto en quienes fuman, el humo del tabaco afecta también a quienes lo respiran de forma pasiva, incluidos niños, ancianos y personas con problemas respiratorios. Las playas, tradicionalmente espacios de esparcimiento y contacto con la naturaleza, deberían ser zonas libres de contaminantes innecesarios.
No se trata de castigar a nadie, sino de aceptar que el espacio público es de todos y que el humo no debería perjudicar a nadie, ni las colillas
A esto se suma la dimensión ecológica. Las colillas, frecuentemente arrojadas a la arena o al mar, son uno de los residuos más comunes y dañinos. No solo afean el entorno, sino que contienen sustancias tóxicas que contaminan los ecosistemas marinos y terrestres. En este sentido, la prohibición no es solo una medida de salud pública, sino también un acto de respeto hacia el medioambiente. Algunos críticos ven en esta iniciativa una forma de control social excesivo. Argumentan que prohibir conductas, incluso las perjudiciales, puede abrir la puerta a una cascada de restricciones que limite libertades individuales. Sin embargo, esta preocupación, aunque legítima, pierde fuerza cuando se considera que fumar en espacios públicos no es una acción aislada: tiene consecuencias reales y medibles para otros y para el entorno. El ejercicio de la libertad personal no debería significar el derecho a dañar la salud o el bienestar de los demás. La erradicación del tabaco, o al menos su retirada progresiva de los espacios públicos, no es una cruzada moral si no una estrategia de salud y sostenibilidad. Las políticas que desalientan el consumo y limitan su visibilidad —como esta prohibición en las playas— ayudan a desnormalizar el hábito, especialmente entre los jóvenes. No se trata de castigar al fumador, sino de promover contextos donde el humo no sea la norma.