Opinión

Creado:

Actualizado:

El paisaje político español de 2025 queda marcado por una paradoja inquietante: mientras las instituciones parecen avanzar sin grandes acuerdos, y la capacidad de producir leyes queda constreñida por la falta de mayorías parlamentarias, se agrandan los espacios electorales que capitalizan el descontento ciudadano —y no siempre con propuestas coherentes de gestión pública. Esta dinámica pone de manifiesto la fragilidad del sistema político para responder a los retos estructurales de España. El Gobierno intenta quitar dramatismo a la incapacidad de aprobar nuevos Presupuestos silbando y mirando al. 

Este clima favorece precisamente la consolidación de fuerzas extremistas entre los desencantados y los frustrados

La portavoz Elma Saiz ha defendido que «hay mucho que hacer» sin necesidad de que las medidas pasen por el Congreso, apelando a reglamentos o decretos para abordar problemas sociales y económicos. Según la portavoz, gobernar con medidas ejecutivas (como Trump, por decir un caso) es una forma de mejorar la vida de la ciudadanía pese al bloqueo parlamentario. Sorprendente. Sin embargo, la apelación a legislar «sin ley» —aunque legal desde el punto de vista reglamentario— no puede sustituir el debate democrático ni la responsabilidad de levantar consensos en el Parlamento. El malestar de la sociedad ante esa incapacidad política es caldo de cultivo para que opciones radicales, que se alimentan de la frustración más que de propuestas realistas, sigan ganando relevancia. En el extremo opuesto, Alberto Núñez Feijóo, en su balance del año, ha reivindicado su estrategia de oposición férrea, pidiendo responsabilidad a Vox mientras perfila fórmulas de colaboración con los ultras en Extremadura. Su posición revela hasta qué punto la política se ha desplazado hacia la confrontación y la instrumentalización de la fragilidad parlamentaria para reclamar elecciones y desbordar la narrativa del Ejecutivo. El resultado de estas dinámicas es la combinación de un gobierno sin legislación robusta y una oposición que, lejos de ser alternativa sólida, apuesta por el drama institucional y la inestabilidad. Este clima favorece precisamente la consolidación de fuerzas extremistas, que encuentran su espacio electoral entre los desencantados con los partidos tradicionales y los frustrados por su incapacidad de atender problemas reales, como la vivienda.

tracking