Me refiero al alimenticio, que es siempre el más importante. En España, desde los tiempos del arcipreste de Hita, siempre se ha luchado más denodadamente «por haber mantenencia» que por «yacer con hembra placentera». Lo primero es lo primero, porque de la panza sale la danza y ahora de lo que más se habla es de las cosas de comer. Con ellas no se debe jugar, porque es jugar con nuestra salud, que siempre ha sido colectivamente buena. Cunden las alarmas y muchos creen que los grandes enemigos son mundo, demonio y carne procesada. Se investigan no sólo las salchichas, que siempre han provocado un cierto recelo, ‘carne en calceta para quien la meta’, advierte el refranero. Todos sospechosos hasta los chuletones del benemérito cerdo y el jamón, que es el mejor amigo del hombre, en competencia con el perro y además, no muerde a los extraños.
Durante todos los regímenes que he conocido y atravesado en mi larga vida, república, monarquía, otra vez república, dictadura y otra vez monarquía, siempre se ha hablado de comida. Durante la guerra, que fue la negación de todos y la mayor de las desdichas que se pueden afligir a cualquier nación, oí cantar un himno poco becqueriano, a pesar de ser gigante y extraño: ‘Arriba los de la cuchara, abajo los del tenedor’. Era yo un niño, pero no lo confundí con una nana. Sonaba de otra manera. ¿Cómo sonará el de la República catalana que ha anunciado Carme Forcadell para cerrar la etapa autonómica y ser elegida presidenta de su Cámara? Como soy un tipo vulgar y corriente, la república me parece en abstracto el sistema más lógico y más contemporáneo, siempre que no rompa algo que funcione.
Si la República catalana se estableciera fuera de España tendría más partidarios. Por ahora sólo demuestra que no están bien asentadas nuestras placas tectónicas. Y que no tenemos remedio. Ya que los que pueden encontrarse suelen ser peores que la enfermedad.