El día tres de los corrientes la compañía META, antes Facebook, en un informe dirigido a la Comisión de protección de datos norteamericana (SEC), chantajea a Europa con dejarnos sin Facebook, Instagram y quizá wasap. Lo cerrará si no le permiten trasmitir los datos de los usuarios europeos a EEUU, donde la legislación sobre su tratamiento es más permisiva (obsolescencia, acceso sin autorización judicial…).
Establece el art. 18. 4º de la Constitución española que la ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad de los ciudadanos. Pero su auge imparable está provocando la aparición de nuevos derechos en el ámbito de la Protección de datos personales. El Habeas Data, el derecho al olvido o el derecho de los secretos, son los tres que pasamos a analizar:
El Habeas Data vela por los derechos (persona física o jurídica) a obtener la información existente sobre usted en cualquier banco de datos público o privado y de solicitar su corrección si fuera falsa, o estuviera prescrita o desactualizada (artículo 197, 2º del Código penal). Un exmarido fue condenado por borrar todas las fotografías del móvil de su exmujer y otro, por alterar su historial médico y añadirle dos patologías.
El derecho a los secretos, piensen en un grupo de wasap. Para que el afectado por una información –generalmente sensible– pueda acceder a ella, es necesario someterlo a un control independiente como ya sucede en un despido laboral cuando se recupera el móvil u ordenador de un empleado. Se entrega a un tercero homologado (background investigator) quien discierne qué información revela a la empresa y cuál protege.
Los avances de la tecnología nos ofrecen sucesos milagrosos, esta semana hemos visto andar mediante un implante en la médula a tres tetrapléjicos con los mismos ojos empañados de quienes asistieron al despertar de Lázaro. Pero en cuestiones de identidad, se queda corto Steve Wozniak, cofundador de Apple, al anunciar un futuro «horrendo».
Veamos un ejemplo real. Nina Jane Patel, una psicoterapeuta de 43 años, ha sufrido abusos en Horizon Venues, el primer metaverso creado por META, al que se accede si se dispone de las gafas virtuales Oculus Quest. «Tres o cuatro avatares masculinos violaron virtualmente a mi avatar y cuando intentaba escapar me gritaron cosas ofensivas: No finjas; que te ha gustado».
Todo el mundo puede imaginar el horror de una violación grupal y ante esa banalización de algo tan penoso para la víctima, un internauta le ha insultado: «Estúpida, no te lo tomes tan a pecho, eso no es real». Pero la situación de acoso y ansiedad le ha causado un trauma tremendo, «una pesadilla, algo surrealista, que la dejó helada».
Esa denuncia, hoy más propia de desquiciados –florecen como moscas– (creemos que es un montaje de mal gusto), será más cabal a medida que la tecnología nos permita alejar esas experiencias de la materia de las ilusiones, para encarnarnos fisiológica y psicológicamente, y convertirse en auténticas vivencias.
Lo narrado por Nina nos sirve para preguntarnos si habrá ordenamiento jurídico virtual y plantear los conflictos jurisdiccionales entre los dos universos. Por vueltas que le damos, regular las relaciones entre personas/avatares se antoja realmente complicado.
Imaginen que, por no tocarle la cara en este mundo a alguien, se la cruzas a su avatar y después recibes una querella del Juzgado de lo Penal de Tarragona. Podrá alegar que no ha sido el autor material y la víctima no tenía ni un rasguño al quitarse las gafas. Pero si la acusación prueba que llevaba tiempo cambiando de acera por la rambla, pero persiguiéndolo en las redes sociales, probablemente lo condenarán a la cárcel de Mas d’Enric por el 147 del Código Penal. META (van de farol) ha reaccionado impidiendo a sus avatares relacionarse en distancias cortas.
Regresando a la cruda realidad y al presente, ya tenemos una identidad, un perfil y una reputación digital. Incluso la Ley catalana 10/2017 de voluntades digitales permite designar en testamento a un albacea digital para que vaya por Internet recomponiendo su memoria. Estamos tan expuestos que no haría falta un escritor para contar tu biografía, bastará un indio rastreador para escribir tu diario. Nuestras vidas ya no son los ríos que van a dar a la mar, sino a granjas de ordenadores que se dedican a almacenarla, procesarla y a comerciar con ellas.
Con este panorama hemos dejado para el postre el derecho al olvido. Que no consiste en borrar nada de tu historia, sino solo en que no se pueda acceder a esa información tecleando sus apellidos a través de un buscador. Así que, caminante, son tus huellas el camino y nada más, y no podemos hacer mucho por salvaguardar el reducto de nuestra intimidad (tienen ojos y oídos en nuestros hogares), salvo cuidar nuestra imagen y la de los nuestros en este nuevo entorno vigilado donde todo pasa y todo queda, registrado.
A diferencia de la dactilar, las huellas digitales no son estelas en la mar, sino pisadas indelebles en las nubes que hay de camino al cielo. Aunque no son de algodón, están altamente refrigeradas para conservar en frío nuestra copia de seguridad. Y como los muertos solo se van verdaderamente cuando los olvidamos, del te echaremos de menos pasaremos al prometemos dejar de recordaros para procurarnos el descanso eterno.