Aún no ha llegado el verano y ya estoy deseando que regrese el invierno. Lo único que me puede motivar en este tiempo es el mar y el bronceado que definitivamente es un chute de energía. Hay un tipo de piel bronceada que no responde a modas ni a cremas con nombres de laboratorio. Es un tono que no se compra, no se calcula y no se busca con intención de selfie. Es esa piel que parece haber sido acariciada por el sol, no embadurnada en él. Un dorado sucio, un tostado irregular, como si el cuerpo estuviera contando las horas que ha pasado al aire libre sin quererlo demasiado, sin hacerse notar. Me gusta la gente que se pone morena sin pretenderlo, que vuelve de unas vacaciones sin cobertura con los hombros marcados por la camiseta, con la nariz pelada, con ese color de salud antigua, como de infancia sin crema solar ni miedo. Ese morenismo que parece estar más cerca de la biografía que del espejo. Gente que no se protege ni se castiga, sino que simplemente existe bajo el sol como las lagartijas: por puro instinto. A mí me gusta el moreno que habla de una vida en marcha, no de una piel en pausa. Que cuenta historias en lugar de cubrirlas. El moreno como cicatriz, como rastro. Yo tengo la suerte de tener cuero en lugar de piel, de curtirme como mi padre y de pretender que en un tarro de Nivea (azul) se condensa todo lo que puedes necesitar en verano.
Moreno
26 mayo 2025 20:08 |
Actualizado a 27 mayo 2025 11:00

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Un articulo de Natàlia Rodríguez
Directora
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