Opinión

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Diminutivos. El diablo está en esas terminaciones que lo encogen todo. Encogen las personas, los sentimientos, las cosas, los momentos, las vidas. Son las trampas de una vida menguante. Y las personas que las usan son «furbas» engañosas. En lugar de tomar café: toman un cafetito. No te piden un favor: piden un favorcito (que suele ser de traca). No tienen problemas: tienen problemillas (ídem). Hacen que todo parezca una cosa leve, blanda, inofensiva. Como si la vida, dicha en diminuto, fuese más inofensiva. Pero ojo: el diminutivo es traicionero. Te desarma. Que un ratito se convierte en dos horas, un detallito en una exigencia, y un momentito en un secuestro emocional. Y tú, como te lo han dicho suave, accedes. Porque ¿quién puede negarle un momentito a nadie? El “momentito”, el “detallito”, el “problemita”. Cuando alguien empieza con un “tenemos un pequeño problemita”, prepárate para el apocalipsis. Te ha embargado hacienda, el banco no te da el préstmo, tu pareja no te quiere, pero es un problemita. Lo más inquietante es que el diminutivo se contagia. Te lo dicen tres veces y tú, sin darte cuenta, estás diciendo que te vas “un ratito a hacer un recadito”, como si fueras una versión cobarde de ti misma. Porque no todo es para fleumas. Ni suave. Ni entra con azúcar. A veces hay que hablar en mayúsculas. Decir no. Decir basta. Decir café.

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