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    La indiferencia asesina

    Lo peor de este Mundial. La corrupción no es lo peor, los asesinatos
    no son lo peor, el machismo no es lo peor. Lo realmente espantoso es nuestra indiferencia, nuestra inerte, brutal y escandalosa indiferencia

    15 diciembre 2022 19:05 | Actualizado a 16 diciembre 2022 07:00
    Natàlia Rodríguez
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    Este artículo de artículos, para que no lo lean los fanáticos del fútbol, las locas del balompié. Para el resto, les prometo que una de cal y otra de arena.

    Primero la arena: En las redes sociales circula como la pólvora este artículo publicado en El País por la grandísima Leire Guerreiro sobre cómo se gestó mágicamente la victoria de Argentina frente a Holanda. Es una lección de literatura, es una lección de periodismo y es una lección de ternura infinita. Lo reproduzco porque soy incapaz de no compartirlo. Estoy por tatuármelo en el pecho. Condensa en pocas líneas la magia del futbol.

    «No sé cuál fue el resultado de este martes entre Argentina y Croacia en el Mundial de Qatar –debo entregar esta columna antes–, pero tengo una certeza: sé que, a la hora del partido, había un hombre caminando por un parque en una ciudad pampeana, al rayo del sol, acompañado por dos perras. El asunto es así: mis dos hermanos transformaron a mi padre en la Anticábala: le prohibieron mirar los partidos de la selección. Es su aporte supersticioso para que la Argentina gane. A mi padre no le interesa el fútbol, de modo que no verlos no le molesta.

    El viernes pasado, cuando la selección argentina enfrentó a Países Bajos, él estaba mirando El Padrino II, en Netflix. En un momento, porque no salían los subtítulos, manipuló el control remoto –es ingeniero químico, pero no entiende ese aparato–, salió de Netflix sin querer y el partido se presentó de súbito ante sus ojos. En ese minuto, Países Bajos hizo su segundo gol.

    Uno de mis hermanos apareció como una tromba, seguro de que el desastre era consecuencia de que mi padre estaba mirando el encuentro. Y, en efecto, estaba. Así que, para evitar problemas, lo echó: lo mandó a caminar al parque. Y ese hombre que se escapó de su casa para ir a buscar oro a Brasil a los 17, que nos hizo conocer la Argentina en un vehículo cargado de armas en plena dictadura, que aguantó la agonía de mi madre absorbiendo el horror para que no lo tragáramos nosotros, subió a las perras a su camioneta y se fue.

    No calculó que el partido duraría tanto: 10 minutos de alargue, más media hora, más los penales. Estuvo caminando bajo el sol –hacían 40 grados– hasta agotarse. Pero logró que ganaran. Así que esta es mi única certeza: ayer martes, a la hora del partido, un hombre salió a caminar con sus perras, a pleno sol, porque sus hijos todavía creen que él puede cambiar el mundo. Eso es un padre. Alguien que no duda en cumplir, en nombre de un amor que jamás confesará, la absurda extravagancia».

    Ahora la cal: Este mundial no se diferencia de otros por la corrupción, por el abuso de poder o por el machismo recalcitrante. Sí se diferencia en la impunidad ante el delito –la muerte de miles de trabajadores de origen filipino, indio, nepalí, paquistaní o de cualquier otro de esos países donde los números de muertos no importan, donde el tú y yo son irrelevantes –.

    La corrupción no es lo peor, los asesinatos no son lo peor, el machismo no es lo peor. Lo realmente espantoso es nuestra indiferencia, nuestra inerte, brutal y escandalosa indiferencia. En Irán ajusticiarán al jugador Amir Nasar-Azadani por defender los derechos de las mujeres y nosotros seguiremos viendo cómo 22 señores corren detrás de una pelota. Y seremos muchos los que anhelaremos que Leo Messi se lleve por fin su Copa.

    Y seremos muchos y muchas los que gritaremos si eso ocurre. Y no pensaremos en nada, ni recordaremos nada. Lo contrario del bien no es el mal, es nuestra maldita e infinita indiferencia.

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