Iugula, iugula!, exclamaba encendida una parte de la grada blandiendo la mano como si fuera una espada. Mientras, la otra parte contraatacaba, con el puño cerrado, gritando «¡vita, vita!». Los niños, aparentemente los más enardecidos, daban paso a hombres y mujeres que acabaron aclamando sin ningún pudor.
Ocurría ayer por la tarde en el Amfiteatre durante uno de los clásicos que jamás defrauda durante Tarraco Viva: las luchas de gladiadores. Y lo que gritaban los espectadores era su deseo para el destino de los que se acababan de batir en duelo: iugula (que murieran) o vita (que vivieran).
La primera en la frente para los aficionados a las películas de romanos, como muy bien explicaban los miembros del grupo de reconstrucción histórica ‘Tarraco Lvdvs’. Nadie ha demostrado que el dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo, como en las películas (y en Facebook) fuera la señal que definía el destino de los gladiadores.
Una de las sorpresas llegó casi desde el principio del espectáculo con una gladiadora. Sí, porque también las había, aunque este detalle sea menos conocido.
A partir de aquí, cantidad de detalles que ayudaban a apreciar lo que estaba sucediendo en la arena, como el hecho de que todo el material que emplea el grupo está basado en datos históricos.
Así pues, donde se sabe que había protecciones de cuero, hay cuero, y en las armas y cascos que se sabe que eran de hierro, hay hierro, aunque no afilado. Duele la cabeza sólo de pensar que los cascos, que reproducían a los antiguos, pesaban 5 o 6 kilos. La sensación de agobio se completa al conocer que en algunos el agujero en torno a los ojos tiene un diámetro de apenas tres centímetros.
Masajistas y bebidas isotónicas
También era interesante saber, por ejemplo, que algunos gladiadores morían sí, pero con mucha menos frecuencia de la que se sospecha. Y es que se trataba de personajes en los que se invertían ingentes cantidades de recursos, como por ejemplo alimentarles tres veces al día, algo poco frecuente en la antigua Roma.
Hay similitudes con los deportistas profesionales actuales, no sólo por el entrenamiento, sino porque tenían sus propios masajistas y médicos que estudiaban y curaban sus heridas porque las consideraban «las ventanas del cuerpo».
Bebían, además, lo que podría considerarse el precursor de las bebidas isotónicas actuales, elaboradas con cenizas. Eso sí, a pesar de su notoriedad, no podían dedicarse a la política.
Los combates estaban regulados y había árbitros que velaban por que se cumplieran las normas. También había categorías en función del tipo de armas o de escudo que se llevaban.
Aunque a pesar de todas las explicaciones, el público había ido a lo que había ido y el momento esperado era, sin duda, el de la lucha. Lógicamente, los movimientos estarían ensayados, pero los golpes eran de verdad, tal como atestiguaban las marcas rojas que comenzaban a aparecer en sus cuerpos.
Toda esa duda entre lo ensayado y lo real terminaba por enganchar al público en el combate. De hecho, recordaban que en la época romana se debió prohibir acudir a las luchas de gladiadores con piedras. A la larga se sustituyeron por frutas y verduras para tirar a la arena.
Y es que tal llegó a ser el enardecimiento que llegó a haber trifulcas violentas, incluso con muertos. Algunas eran tan importantes como la que sucedió en el año 59 de nuestra era y que obligó a clausurar el anfiteatro de Pompeia durante siete años como castigo a sus habitantes debido a los violentos altercados.
Selfies con los luchadores
Pero ayer la cosa terminó bien, con los espectadores que llenaron casi completamente el Amfiteatro haciéndose selfies con sus gladiadores favoritos y también con la clase senatorial que lucía la pompa de sus atuendos. Estos últimos, no lo hemos contado, vieron el espectáculo desde un lugar privilegiado, igual que en Roma.