Aunque la fe tiene un papel primordial en un cónclave, la elección de un Papa está siempre marcada por la incertidumbre. De ahí que medios, expertos y, también, fieles católicos se esmeren estos días en reducir los candidatos a Sumo Pontífice –técnicamente, cualquier varón bautizado– a una lista limitada de aspirantes. Los llamados ‘papables’. Entre la decena de nombres que suenan para suceder a Francisco hay un hombre avezado a la incertidumbre: el cardenal Pierbattista Pizzaballa, actual Patriarca Latino de Jerusalén.
El nombre de Pizzaballa, más allá de recordarse en Italia por ser el apellido de un guardameta del Atalanta en los años 60, no era demasiado conocido fuera de Tierra Santa hasta el estallido de la guerra de Gaza. Sin embargo, desde el inicio de las hostilidades en octubre de 2023, se convirtió en una de las voces más claras y contundentes en contra del conflicto y a favor de la paz. Siempre desde la incómoda posición de defender a las víctimas de ambos bandos, evitando comparaciones cínicas o equidistantes, y ejerciendo de mediador y valedor de una solución dialogada, llegando incluso a ofrecerse como rehén a Hamás, a cambio de los secuestrados israelíes y del cese de los combates.
Pacífico, sencillo y virtuoso
En las ocasiones que tuve de charlar con él, Pizzaballa me pareció un hombre pacífico –en el sentido más amplio de la palabra–, sencillo y virtuoso. También serio, sin dejar de ser afable y cercano en el trato, además de profundo en su fe, sin abandonar la proximidad y naturalidad. En los años que fui corresponsal en Jerusalén, le vi lanzar mensajes de conciliación y amistad con israelíes y palestinos; con protestantes, ortodoxos y armenios; con extranjeros y locales. Pero siempre, sin abandonar sus convicciones y defendiendo, incluso con vehemencia, lo que consideraba justo. Así, le he oído criticar a Israel por los bombardeos y la ocupación, a los islamistas por los atentados y secuestros, a los judíos y musulmanes más extremistas por sus ataques a los cristianos... Y al mundo occidental por hacer oídos sordos al sufrimiento ajeno.
Nacido el 21 de abril de 1965 en Cologno al Serio, Bérgamo (Italia), Pizzaballa ingresó en la Orden Franciscana en 1984, abrazando los votos franciscanos de pobreza, castidad y obediencia, y fue ordenado sacerdote en 1990. Tras un breve paso por Roma, se trasladó ese mismo año a Jerusalén, donde ha acabado pasando la mayor parte de su vida, y donde obtuvo una licenciatura en Teología Bíblica. Tras treinta y cinco años en Tierra Santa, domina el hebreo y el inglés, y ha ostentado los cargos más importantes en el lugar para un eclesiástico: Custodio de Tierra Santa entre 2004 y 2016, máximo responsable de los Lugares Santos; y Patriarca Latino de Jerusalén desde 2020, con jurisdicción sobre los católicos de Israel, Palestina, Jordania y Chipre.
Su perfil dialogante en el actual conflicto entre Israel y Hamás es una muestra de su talante diplomático y conciliador a lo largo de su vida, largamente demostrado en Tierra Santa, y siempre necesario en la región y en el gobierno de la Iglesia. Como Custodio y como Patriarca, Pizzaballa ha destacado por sus esfuerzos a favor del diálogo interreligioso, tanto con las demás confesiones cristianas –un marcado empeño de los últimos papados– como con el Islam y el Judaísmo. No en vano, no hay lugar en el mundo donde todos estos credos convivan más que en Jerusalén.
Pizzaballa ha sido también un activo y diligente pastor de su diócesis, con ‘olor a oveja’ que decía Francisco, con especial cuidado a los católicos de lengua hebrea –judíos conversos y extranjeros–, además de los cristianos árabes, minoritarios y minorizados tanto en Israel como en los territorios palestinos. Como obispo y cardenal de un territorio ‘periférico’ de la Iglesia Católica, ha abrazado el marcado carácter sinodal impulsado por Francisco, y ha hecho siempre hincapié en los desfavorecidos, los migrantes y ‘descartados, como los llamaba el difunto Papa.
Es también un hombre de una profunda fe, docto en teología y filosofía, además de en Biblia, judaísmo y las primeras comunidades cristianas. Ortodoxo en la doctrina, es un candidato bien visto por un amplio espectro eclesial, al que quizá sólo le lastraría su juventud –60 años es una edad corta para un Papa, y podría suponer un pontificado largo– además de una cierta falta de experiencia en los despachos vaticanos. Aunque este último aspecto, viendo el pontificado de Francisco, podría acercarle a la silla de San Pedro.