Libros para leer en invierno

Estamos en invierno, con sus noches interminables. Las sombras se alargan mientras la luz se extingue en el exterior, entre nieve, heladas ventiscas y frío. En el interior, la calma invita a la lectura, al calor del fuego o de la calefacción. Es el momento de las historias que atrapan y se adueñan del tiempo.

Menchu Gutiérrez describe la nieve de muchas maneras en Decir la nieve. Cargada de simbolismos, la fascinación producida por su belleza es universal; sin embargo, la nieve actúa como espejo de quien la contempla y, así, puede mostrarse benéfica y maléfica a un tiempo. Esa diversidad de miradas es la que desfila por sus páginas con autores tan dispares como Dostoievski, Walser, Tsvietaieva, Hemingway, Santoka o Maupassant.

Lev Tolstói hace lo propio en La tormenta de nieve, en un momento de crisis espiritual: describe, al amparo de las condiciones externas, un sueño y la presencia de la muerte, el punto de inflexión entre el conformismo y el coraje.

Famoso por sus intensas nevadas, Niigata es el «País de Nieve» de Japón, escenario de la novela homónima del Premio Nobel Yasunari Kawabata, donde la nieve simboliza belleza, soledad y la naturaleza efímera de la vida.

En Invierno, el estadounidense Rick Bass relata el paisaje blanco, ingobernable y feroz del valle del Yaak, en Montana. Una naturaleza que reclama incansablemente vidas, que muchos han idealizado y en la que pocos se han atrevido a adentrarse.

Entre las páginas de la colección de relatos de Solsticio siniestro acechan fantasmas y casas encantadas, pero también problemas cotidianos, no por ello menos aterradores. Todos tienen en común el frío. Ese frío que recorre la columna al abrir la ventana una tarde de invierno, ya sea porque ahí fuera sopla una brisa helada o porque… ¿Quién sabe qué se esconde en esa oscuridad?

Es el mismo escalofrío que recorre el hotel de lujo de El resplandor, el clásico de terror psicológico de Stephen King, inmortalizado en la pantalla por Jack Nicholson en la película de Stanley Kubrick.

En la nieve también se mueven desequilibrados y justicieros. Es así en El muñeco de nieve, de Jo Nesbo, en el séptimo caso de Harry Hole o en Bajo la nieve, de Helen McCloy, en la primera investigación del doctor Basil Willing. 

Y en Una semana en la nieve Emmanuel Carrère aborda con sutileza y auténtica maestría literaria los temores infantiles, las inseguridades de una etapa en la vida de una persona en la que los miedos pueden convertirse en pesadillas.

Hermano de hielo, de Alicia Kopf (pseudónimo de la artista visual y escritora Imma Ávalos) es un relato de fascinación por el hielo. De una obsesión por los polos de la Tierra. Pero hay otros hielos en esta novela: está el hermano de hielo de la narradora, que vive congelado dentro de sí mismo –bella y cruda metáfora del autismo– como congeladas están las relaciones que envuelven a toda la familia de la protagonista, un espacio de convivencia frío, cargado de complejidades y mutismos.

El invierno en Lisboa es el título con el que Antonio Muñoz Molina rinde homenaje a la novela negra americana y al jazz con una trama que mezcla pasión, persecución y el mundo bohemio y turbio de los clubes de jazz.

Y en pleno invierno es cuando un poeta y periodista regresa a su ciudad natal, en la frontera de Turquía, tras largos años de exilio político en Europa occidental. Es Nieve, del Nobel de Literatura Orhan Pamuk. Un thriller político que desenmascara las contradicciones que aprisionan el corazón humano.

Igualmente, con trasfondo político, el thriller histórico y policíaco Cinco meses de invierno viaja al Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Una novela de supervivencia, traición, lealtad y la búsqueda de la verdad en tiempos de contienda.

No puede faltar en el frío El doctor Zhivago, el clásico de Boris Pasternak censurado en la antigua URSS. Tras el éxito internacional y la concesión del Nobel de Literatura en 1958, Pasternak fue presionado por el régimen soviético para rechazarlo, cosa que hizo para poder seguir viviendo en su país. Finalmente, no se publicaría en la Unión Soviética hasta 1988, durante la Perestroika. Llegó antes a Italia, en 1957.

En definitiva, paisajes fríos, helados, que transmutan en metáforas de los conflictos humanos, íntimos y universales.