'Al sanatorio no le pasará nada, pero no respondemos de vuestras vidas'

Francesc Basco recuerda la jornada de la matanza de los monjes en su libro 'Limosna de amor'

01 enero 2018 11:07 | Actualizado a 02 enero 2018 14:02
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Las tres últimas misas oficiadas en la capilla del sanatorio marítimo de Sant Joan de Déu fueron el  30 de julio de 1936. Ese día ya  había presentimiento de tragedia. Días antes, el 22 de julio sobre las 10 de la noche, el presidente del Comité local de Calafell acudió al sanatorio para decir a los monjes que no tuviesen miedo. 

No se respetaría la iglesia que había en el edificio, avisó. Pero al sanatorio no le ocurría nada, dijo. «Y menos atentar contra vuestras vidas», aseguró a los monjes. Lo recoge el maestro y periodista Francesc Basco Gracià en su libro Limosna de Amor, que recuerda con detalle e imágenes la trágica jornada del asesinato de 15 hospitalarios del sanatorio. 

Basco ha presentado el libro con motivo del 80 aniversario de unos hechos que han quedado grabados en la historia de Calafell y del sanatorio, hoy habilitado como hotel, y con una emocional vinculación con los vecinos. Todavía hay quien recuerda aquel día.

Calafell había quedado bajo dominio del Frente Popular y la autoridad de los milicianos. Aquel 30 de julio de 1936 controlaban el sanatorio. Advirtieron a los curas de que podían seguir con sus tareas asistenciales hasta que hubiese personal para atender a los niños. Pero «prohibido rezar». Fueron eliminados todos los símbolos religiosos. «Dios no existe». 


Era cuestión de esperar la llegada de enfermeros laicos. Los monjes ya sabían que iban a morir.  A las nueve de la mañana del 30 de julio, Francisco Miguel Serrano, responsable civil del sanatorio advirtió a los monjes de que ya había personal para remplazarles.

«Los que quieran marcharse pueden hacerlo, pero no podemos darles salvoconducto ni documento alguno. Ni respondemos de sus vidas una vez hayan salido», les avisaron.

Sólo podían llevarse lo puesto. Algo de ropa y el dinero justo para el desplazamiento a sus domicilios.  Basco relata que la comunidad decidió irse porque el padre maestro dijo  que «aquí habría orgías y excesos de todo género. Corremos el riesgo de perder nuestras almas».

Aquel era día de visita de los niños. Quienes llegaban advertían a a los monjes que no llevasen ni estampas ni crucifijos porque si les veían «les matarían sin compasión». Seis profesos y 19 novicios optaron por dejar el sanatorio. Les dieron 10 pesetas a cada uno.

Era la una del mediodía. Unos irían con el padre prior a la estación de Sant Vicenç de Calders.  Otros con el padre maestro a la de Calafell. Pero no había tren hasta las cinco. Entonces comenzó la tragedia.

El hermano Constancio Roca fue hacia la estación de Calafell cuando unos milicianos le pararon y obligaron a regresar al sanatorio. Una vez allí le ordenaron que volviese a la estación. Tras cruzar la avenida de pinos de la entrada le dispararon. Intentó huir, pero los milicianos le cogieron. Le tirotearon de nuevo. 

Dos horas después lo encontraron unos niños. De una masía trajeron agua. Estuvo otras dos horas  en el suelo. Los milicianos vieron que seguía vivo y lo remataron. Fue la primera víctima del día.

Los nuevos administradores del sanatorio advirtieron al comité revolucionario de Vilanova que «ya salen los frailes». Milicianos armados vigilaban en los cruces para obligar a los monjes del sanatorio a ir a las estaciones.  A las 4 de la tarde llegó un camión con hombres armados, según el libro Limosna de Amor. «Estos son los compañeros de los que acabamos de detener en Sant Vicenç. Que ninguno salga de la estación».


En Sant Vicenç, en lugar de subir a un tren hacia Barcelona montaron a los monjes en una camioneta y los llevaron a El Vendrell. A la plaza del Ayuntamiento y de la iglesia. El templo era usado de garaje. Allí fueron expuestos e insultados por los vecinos. El Ayuntamiento no quiso saber nada. «La gente gritaba: matadlos, matadlos».

 

22 hermanos fueron subidos a un camión. A la salida de El Vendrell un coche venía de frente con 10 hombres armados que pararon de los religiosos. Separaron a los más jóvenes (Joaquin Lacilla, Felix Ibero, Onofre Pérez y Daniel Asunce). Al resto le pidieron que andasen hasta lo que había sido la fábrica de ladrillos del Corral del Rión. Allí , 15 hospitalarios fueron puestos en filas. Seis eran profesos y nueve novicios.

Fue testigo el padre Adolfo Munné. Era argentino y el gobierno del país pidió al Frente Popular que le respetasen. El monje vio todo desde la cabina del camión.

Los hospitalarios fueron ametrallados. Intentaron escapar tres, pero dos fueron apresados y muertos. Los milicianos huyeron  y se llevaron a los cuatro novicios y al argentino padre Munné. Dejaron a los novicios en el hospital de Vilanova.


Los cuerpos quedaron tirados varias horas. Por la noche algunos vecinos recogieron los cadáveres y los llevaron al cementerio, amontonados junto a la entrada. A la mañana siguiente los enterraron en tres fosas comunes.

Tras la guerra sus restos fueron llevados al sanatorio y enterrados en una cripta. El 23 de julio de 1940 se hizo un funeral al que acudieron muchos vecinos. Se fue a la iglesia y se regresó al sanatorio.

El 21 enero 1942 el párroco de Calafell bendijo un cruz en el lugar de las muertes, pero fue retirado años después al estar en una finca privada. 

En noviembre de 1972 fueron trasladados a la iglesia de sanatorio de Sant Joan de Déu de Sant Boi de Llobregat. Fueron proclamados beatos el 25 de octubre de 1992 en Roma. En 2001 la capilla del cementerio de Calafell fue dedicada a los mártires del sanatorio.

 

Mira la historia del Sanatori.

 

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