Hace justo ahora cinco años, Martin Scorsese recogía en Oviedo el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2018. En su discurso, el cineasta neoyorquino mencionó muchas cosas interesantes y, entre ellas, dejó una píldora de lo que representa el mundo del cine: « al arte se le margina como si no fuera esencial para la vida». Ese arte, el de contar historias, es al que hace referencia este director mítico. Historias humanas, muchas de las cuales están basadas o son cercanas a hechos reales.
Los asesinos de la luna tiene un toque diferente a lo que Scorsese nos tiene acostumbrados. Pero el fondo es el mismo: ir al calor de los personajes y que estos nos lleven por la propia trama de la película. En esta ocasión, el maestro nos ofrece una película del Oeste atípica, eso que se dio por llamar ‘tardo-western’, basada en la historia real sobre la matanza de la nación indígena Osage. El filme se introduce en esta comunidad india en la Oklahoma de los años 20 del siglo pasado, donde sus miembros se han hecho ricos gracias al petróleo descubierto en sus tierras, y sigue a Ernest Burkhart (DiCaprio), un hombre recién llegado que entabla un improbable romance con Molly Kyle, una nativa estupendamente interpretada por Lily Gladstone (que tiene visos de estar nominada a los próximos Oscar).
Basada en el libro homónimo de David Grann, la película enlaza el origen del FBI con la investigación sobre las numerosas muertes de los Osage tras la llegada de hombres blancos que se aprovecharon de ellos. Pero Scorsese no hace aparecer al FBI hasta entrada ya parte de la historia, dándole más fuerza inicialmente a la relación entre Ernest y Molly.
Tres horas y cuarto de metraje -exactamente 206 minutos, por los 209 de su anterior filme, El irlandés- permiten a Scorsese sumergirse en la comunidad Osage y poner de manifiesto una excelente historia que cabalga entre ese western tardío, el thriller, el relato de unos hechos reales y el drama que supusieron todos ellos. Con un Robert De Niro en el papel del corrupto sheriff, Scorsese descubrirá las miserias y tragedia de los personajes. Porque el cine, como arte, es la propia representación de la vida.
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