El bajón de energía se asemejaba a aquel ratito de bocata de lomo con mayonesa en el mítico Bar París de Barcelona. Esa mezcla peligrosa de colesterol servía para digerir una noche de excesos y de baile hasta el apagón, con el traje de luces puesto. El clima tierno se instaló en el Estadi, testigo del último concierto del curso. Los artistas no querían, pero la ley les obligaba a volver a actuar, después de 10 meses de esfuerzo desmesurado y con la gloria bajo el brazo. Caía, además, ese sol apetecible para los amantes de las paellas playeras o de los cócteles al son de la música chill out. Todo muy de relax y cómoda posturita. Muchos hinchas no resistieron a la tentación y cambiaron el plan. Dejaron el Estadi repleto de cemento, sin esos gritos entusiastas que adornaron las últimas conquistas de sus ídolos.
A todo esto, Reus y UCAM Murcia se miraban con cara de incomprendidos, aunque no huyeron de sus obligaciones profesionales. Han convertido la cita en lo más parecido a un día en la oficina. Han cumplido como un alemán y sus ocho horas en una fábrica de coches. Rigurosos. El escenario carecía de la magia que otorgan los desafíos. No había más que un título honorífico en el ambiente. Campeonar la Segunda B se devalúa si los que deben luchar por ello ya sienten la plenitud del ascenso. Ven las vacaciones demasiado cerca.
Ritmo bajo
Por eso, el partido fue de vuelo bajo, con ese ritmo al tran tran más propio de un torneo de verano, en plena pre-época. El Reus se conectó cuando Folch y Vítor empezaron a asociarse en la cocina. Resulta asombroso comprobar que el canterano no se separa de su esencia ni en el día perfecto para el recreo. Casi siempre combinando de primeras. En su rostro sólo figuran dos ojos. Es mentira. Parece que tiene veinte mil. Su forma de analizar el paisaje convierte ataques estériles en paraísos.
Vítor sí que decidió divertirse. Enseñó detalles deliciosos. Registros técnicos de elegido. Adornó su repertorio con controles plásticos y un millón de sociedades. Pasado el cuarto de hora, recogió una pelota en la sala de máquinas y se animó a conducir. El UCAM le permitió demasiado. Cuando se instaló en tres cuartos de cancha habilitó a Fernando, que había marcado su movimiento al espacio. El servicio deslumbrante llegó a la hora que marcaba el Rolex a los pies del punta andaluz. El pileño no convirtió, pero casi.
Los murcianos, expertos obreros de la estrategia, lamentaban que el juez decidiera anular un gol de Marcelo, con la testa, tras un córner. Olmo había caído desplomado en el suelo al chocar con el visitante Nono. Se penalizó la infracción. El central del Reus decidió no librar hoy y completó una segunda vuelta de general con jerarquía innegociable. Siempre puntual a las coberturas, con una elegancia de actor de Hollywood para sacar el balón limpio de la cueva. Murió el parcial inaugural con otro remate de Fernando, esta vez a las manoplas de Biel, el arquero visitante.
Despedidas emotivas
El tedio terminó por consumir el juego. Ni siquiera la rotación le cambió el paso. Natxo apostó por Edgar y Óscar Rico, que sentía después de una eternidad la dignidad de la profesión que ama. A Rico se le intuía ese aire juvenil de los que desean demostrar. Da igual el tiempo. Cada vez que recibió no dudó en retar a su par. Puso un balón venenoso desde la izquierda que no halló rematador. A Natxo le secuestró la nostalgia y premió a Folch con un cambio que sonó a homenaje. Restaban diez minutos y el Estadi se despertó para venerar al chico de Reus. Antes lo experimentó Colorado. Moyano despidió el domingo con un testarazo a la madera, en esos instantes de súplica al 90. Vítor sirvió el saque de esquina, prolongó Edgar y el central acarició el premio. El 0-0 imprime misterio a la vuelta. Murcia aguarda como la última estación de un viaje idílico.